El arte de defenderse y el dojo de la masculinidad

La cultura marcial de oriente ha atravesado, desde la antigüedad, transformaciones en su enseñanza a causa de la inevitabilidad del tiempo y su percepción en tierras occidentales. Los métodos de combate dependen en gran medida de la visión particular de cada maestro de una escuela, así como de alumnos que las practican como un medio para asumir valores o para encontrar un vehículo para canalizar emociones reprimidas.

Si El Club de la Pelea (Fight Club, 1999) disecciona el consumismo y el descontento masculino a través de la clandestinidad del boxeo, en El arte de defenderse (The Art of Self-Defense, 2019), el realizador Riley Stearns construye un relato que hace énfasis en la violencia social como medio para imponer la hombría. Tras sufrir un asalto, Casey (Jesse Eisenberg) decide inscribirse a una escuela de karate para aprender defensa personal, ahí descubrirá misteriosos incidentes relacionados con su sensei (Alessandro Nivola) y sus peculiares enseñanzas.

El humor negro en el guion del propio Stearns enfatiza la percepción de los métodos de enseñanza y, en la psique de practicantes marciales, la búsqueda de una sensación de superioridad a través de la jerarquización –ascenso por cintas– y la eliminación, casi al mínimo, de las muestras de amabilidad. Los gustos de Casey sufren una modificación gradual a causa de sugerencias que lo instan a envolverse en la brutalidad canalizada en sus comportamientos en la oficina y el entorno social.

A su vez, los personajes representan la percepción de los elementos del dojo. Como alumno nerd, Casey busca transmutar los miedos a la vida, convirtiéndose poco a poco en un individuo peligroso por la figura del sensei (quien oculta un lado turbio), entreviéndose también la posición de la mujer en deportes calificados como masculinos. Anna (Imogen Poots) está rodeada por el machismo, aspecto que le impide convertirse en cinta negra a pesar de su proeza como karateka y su dedicación como profesora.

Si bien la trama retrata, con buenos toques de sátira, la toxicidad masculina y la búsqueda de sometimiento de la misma a través de instancias de violencia y supremacía en los combates del dojo, ésta toma un camino muy predecible en su desarrollo y una conclusión inconsistente con los personajes secundarios.

Calma e inconexa en su oscura comedia, El arte de defenderse es una perspectiva original, surreal e incómoda que enfatiza en la percepción de las artes marciales y sus practicantes, la violencia emocional, la tergiversación del sistema por las ambiciones personales y en la ironía que representan las conversiones de los roles de víctima a victimario.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)