DocsDF | Reorganizar la realidad: una entrevista con Lech Kowalski

Lech Kowalski. Foto: Mariana Mier (@marianayayaya)

Lech Kowalski. Foto: Mariana Mier (@marianayayaya)

Sid Vicious está dormitando en un sofá. Nancy Spungen, su novia, trata de hacerlo reaccionar, de hacerle ver que está en medio de una entrevista y que no es capaz de decir una frase coherente. Lech Kowalski, el documentalista punk por excelencia, los filma para su cinta D.O.A. A Rite of Passage (1980) en espera de una respuesta,  pero la fragilidad del bajista de los Sex Pistols es más sorprendente. Uno esperaría verlo golpeando, tocando, bailando, gritando, pero no puede ni levantarse. Cuando Nancy sugiere tener sexo con Sid ante la cámara para ganarse unos dólares, Kowalski se niega: “Les dije que no lo haría. Quizá debí filmar la escena y tal vez no la habría usado, pero en aquel punto en mi vida había una especie de límite moral que no iba a cruzar. Hubiera sentido que los estaba usando y creo que cada cineasta debe tener ese límite”.

Lo punk habría sido filmar a Sid y a Nancy teniendo sexo, agredir al espectador con una lascivia sucia, decadente, como el departamento donde se da la escena, pero Kowalski, quien no se define como punk, sino como testigo de esta escena musical, definió desde aquella temprana cinta en su filmografía que no le interesaba impactar, aunque le fuera fácil lograrlo. “No pienso en las reacciones. No me interesa. El material tiene que ser interesante para mí. En East of Paradise (2005) la historia de mi madre es impactante, muy impactante, y el material que usé para mi historia creo que es menos impactante que lo que le pasó a ella. Mi madre tuvo que comer pulgas para sobrevivir. Eso es impactante”, explica.

Kowalski no filmó para D.O.A a una adolescente extasiada, haciendo un baile que termina en la masturbación, para divertir, sino para expresar el momento del punk, como lo hizo en otras cintas, pues las considera “totalmente una reacción al statu quo, son una reacción a la cultura corporativa. Siempre he sido enemigo de la cultura mainstream porque sí, hay entretenimiento, pero también hay mentiras y todo está construido alrededor del hecho de que quieren que seamos consumidores”.

La forma de construir esa expresión se basa en ir “quitando cosas y tratas de llegar a la esencia de algo, una especie de verdad. Es como decir ‘De esto se trata y acabamos de presenciar algo con este personaje, que es impresionante, y sigamos’. Sabes que fui tan lejos como pude con ese tema, no para impactar a la gente, sino para mostrar una especie de honestidad al respecto, una honestidad cinematográfica”.

Sin embargo, esa honestidad no es una garantía de absolutos, pues para Kowalski su trabajo como documentalista “es como reorganizar la realidad para que se adapte a mi visión. De eso se trata todo lo que me interesa hacer, en contraposición con filmar una escena de manera realista, porque cada escena podría ser interpretada de manera distinta. La realidad no existe de la misma manera para todos. Es distinta para cada persona”.

Su admisión de subjetividad y de la selección de temas basado en su afinidad estrictamente personal revela a un documentalista convencido de la imposibilidad de una imagen definitiva como lo implica el nombre mismo del cinema verité (cine verdad), la corriente de documental de la que Kowalski desciende, aunque le “aburre”; él necesita participar en la acción.

Foto: Mariana Mier (@marianayayaya)

Foto: Mariana Mier (@marianayayaya)

Su docudrama Story of a Junkie (1987) implicó no sólo una participación, sino incluso la actuación de varias escenas, aunque la brutalidad con que Kowalski y su equipo filman es implacable, visceral y, en algunas ocasiones, real. “La escena de drogas en Nueva York que esta cinta muestra es brutal; la gente se estaba brutalizando. Yo no era un adicto a la heroína; sí probé drogas, pero nunca me inyecté, y mostrar eso era importante para mí y necesitaba mostrar la brutalidad”.

John Spaceley, quien interpretó al protagonista de esta película, se inyectaba heroína real frente a la cámara. En una escena Kowalski editó juntos varios intentos desesperados por inyectarse que hicieron sangrar a Spaceley, para sumar los horrores de su adicción. La escena se llega a considerar impactante, horrible, pero para el director, si la audiencia reacciona así “es bueno, porque quiere decir que deben despertar y entender que hay cosas por ver que están pasando y que son importantes”.

Lech Kowalski, entonces, no es un documentalista que celebre el lado más sórdido de la vida, sino uno que la indaga para extraer del infierno una advertencia. El horror del espectador es una recompensa, mientras que una reacción escapista anularía este grito, espantoso, sí, pero necesario para revalorar nuestra noción de la experiencia y la realidad y expandirlas hacia el dolor ajeno.

Por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

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