—Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo
o si ves alguna luz en alguna parte.
Juan Rulfo
El quinto largometraje del director chino Zhang Yang es un roadmovie que tiene como eje principal la fortaleza de una promesa. La película abre con dos amigos obreros adultos bebiendo hasta emborracharse; uno de ellos, tendido en la mesa, ya no se levanta. Zhao (un camaleónico y siempre optimista Zhao Benshan) mantiene la promesa de llevar a su amigo Liu de vuelta casa (“A falling leaf returns to it’s roots”), aunque para ello tenga que recorrer varias provincias con su cadáver a la espalda.
La odisea pareciera estar compuesta por pequeños capítulos que hacen las veces de sketches (recordemos que Benshan es un director y actor de sitcom en China), pero el eje narrativo principal mantiene al humor y la tragedia en constante tensión. La promesa de ser enterrado en su tierra impide que su cuerpo sea cremado y trasladado; su miseria, por otro lado, les impide un viaje en el que el cuerpo tenga la atención adecuada. El viaje será largo y su primer impedimento es el egoísmo de las personas que los bajan de su primer medio de transporte. La miseria no sólo es material, también es humana. Los relegados, los marginales, quienes viven sólo como un medio para el desarrollo de una urbe, están obligados a realizar las mismas prácticas culturales pero con carencia de recursos. En la tercera narración de Fe, Esperanza y Caridad (1974), Jorge Fons expone que la miseria no sólo se da en términos de condiciones materiales, sino de empatía y eticidad.
El viejo Zhao no pierde el ánimo a pesar de que la desgracia apunta en cada estación, en cada descanso y en cada camino. Recorrer las provincias agrícolas de China, es también enfrentarse con la “indecencia” de los rurales, pero al mismo tiempo, con la calidez del azar. El camino también tiene tintes históricos, sociales, políticos y tradicionales. La cámara nos lleva por la ficción, pero las veredas y los cerros guiñan al espectador.
El héroe sólo puede ser en la medida que acepta su destino y lo enfrenta. Ulises llega a su amada tierra como un hombre maduro, curtido, sabio y firme, pero nunca encontramos en su camino matices dorados y felices. El viejo Zhao tiene una forma distinta de sabiduría, su inteligencia es la del que se adapta a sus condiciones, el que comprende que la vida no es sólo enfrentamiento y mandíbulas apretadas, sino una tensión entre contrarios, un equilibrio que sólo con la risa dispuesta se puede entender. Todo se acomoda.
El camino es imposible si se recorre en soledad. La cultura de la competitividad y el individuo (consolidada después del modernismo y la revolución industrial) nos ha hecho creer que nuestros logros son personales, que sólo a través del esfuerzo propio –sin ayuda de nadie- se logra construir. Ninguna fantasmagoría está más presente en nuestro gris imaginario. Ulises llega a Ítaca y el poema es un canto al valor y al esfuerzo, pero ha dejado atrás una tripulación completa en el olvido y en la muerte. El camino sólo es posible cuando la voz se vuelve nosotros, cuando una mano suave abraza tu llanto o un hogar deja su fría condición de casa. La odisea de Zhao es también esperanza “¿Manejaste 300,00 km por amor?, entonces maneja otros 300,000”; delirio onírico (una carrera contra un toro); resignación suicida y memoria de amor.
Barcos-tractores que llevan a Zhao en la proa, caballos-caminos de incansable lomo y carretas-barcas de un alegre Virgilio. ¿Qué llevas en la espalda viejo Zhao? ¿Qué peso soportas en las piernas? Ningún peso, es mi amigo; una promesa.
Por Icnitl Y García (@Mariodelacerna)
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