Una entrevista sobre Transición con Alejandro Torres Kennedy

A unos días de partir en un viaje para cruzar el Atlántico, la francesa María (Marie Boutonnet) es obligada a permanecer aislada en una marina de Sudáfrica como consecuencia del confinamiento sanitario impuesto alrededor del mundo para evitar la propagación del COVID-19. El solitario día a día de la chica se altera por una presencia misteriosa que, junto al aislamiento, la obliga a enfrentarse a sí misma.

Esas pocas líneas describen la historia que Alejandro Torres Kennedy desarrolla en Transición (Transition, 2021), su primer largometraje como director. Con motivo de la llegada de la película a la cartelera comercial, recuperamos la charla que sostuvimos con el realizador después de la presentación de su trabajo en la trigésima séptima edición del Warsaw Film Festival en 2021.

Entiendo que durante la pandemia estabas planeando un viaje en barco y que el parón te agarró en Sudáfrica, fue en ese espacio que nació Transición. ¿Tenías planes de que otra película fuera tu ópera prima?

Alejandro Torres Kennedy (ATK): Tenía la idea de hacer una película desde dos o tres años atrás, seguía en el mundo de las ideas, no había aterrizado un guión o una escaleta. La película es una ficción, porque me interesa y atrae más la ficción.

Se dio esta gran oportunidad en el 2020 de poder hacer un viaje en un velero de Sudáfrica a Brasil, iba a cruzar el Atlántico navegando y tarda alrededor de un mes. Así que me llevé mi equipo, mi cámara, un pequeño micrófono lavalier, mi computadora y un pequeño tripié para documentar el viaje.

Llegué a Sudáfrica a principios de marzo del 2020 y, antes de zarpar, estaban pintando el velero y lo estaban preparando para el viaje, cuando el gobierno anunció el inicio del confinamiento –era 26 de marzo– que duraría 21 días inicialmente. Entonces la marina se quedó desierta, nos quedamos cuatro embarcaciones tripuladas confinadas ahí. No había nadie, no iban a trabajar, nos dejaron los baños abiertos para que al menos pudiéramos echar un regaderazo calientito.

Al principio creímos que en verdad iban a ser 21 días, pero se fue postergando, alargando y alargando el confinamiento. Fue entonces que inicié con la idea de hacer un cortometraje, conocí a una chica francesa, María, que iba a navegar en otro velero y cuando vimos que teníamos algo de tiempo, le propuse hacer un cortometraje.

No tenía un guión, pero tenía una idea de lo que podía ser ese corto y realmente se fue escribiendo mientras se filmaba de algún modo. Cuando el confinamiento se empieza a alargar, al final estuvimos ahí un total de cinco meses –cuando terminaron esos primeros 21 días, el gobierno anunciaba, otro mes y luego otro mes y luego otro mes–, eventualmente el cortometraje se convirtió en largometraje.

Regresé prácticamente con todo el material filmado y me puse a editar. Lo inscribí a principios del 2021 a algunos festivales y, afortunadamente, recibimos invitación del de Varsovia.

Es una película sobre una mujer aislada de todo. Una sensación que muchos experimentaron durante la primera parte del confinamiento. Además, prácticamente hiciste toda la producción igual, en solitario.

ATK: Una de las cosas más difíciles fue tomar la decisión de empezar a hacerlo porque, justo, me encontraba solo. Ya se lo había propuesto a María y había aceptado. Cuando se empieza un proyecto así… pues hay que intentarlo, porque si uno se queda pensando en las limitaciones, al final te quedas sin hacer nada.

Vengo del mundo del video y llevó años trabajando con esa cámara, la conocía a la perfección. También había hecho algunos cortometrajes, igual sin presupuesto, en los que operaba, dirigía y, a veces, me apoyaba en un amigo para hacer el sonido. Eran producciones muy independientes. Tenía un poco la mentalidad de que si había la idea para un corto, en lugar de ponerme a pensar de dónde iba a sacar el dinero, simplemente pensaba ‘okay, tengo una cámara y un micrófono, ¿cómo lo puedo hacer?’ Así invitaba a la gente a participar, en esa época no me estaba preparando para tener una situación con tiempo y una actriz dispuesta a actuar.

Lo más complicado fue el sonido porque estábamos en una marina ubicada en una pequeña península donde el viento era constante, por lo mismo era complicado tener mucho diálogo. Eso me obligó a pensar en cómo comunicar lo que está sintiendo el personaje en imágenes y con un sonido más ambiental y atmosférico.

No fue fácil el reto de dirigir a María, estar encuadrando el plano, monitorear el sonido, escuchar la intención, que no se metiera el viento. Hubo días muy difíciles, de plano casi me doy por vencido. Pero algo dentro de mí me decía ‘no te rindas, tú puedes’. Se logró terminar.

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Es una película muy sensorial y, por la experiencia, muy personal. En ese sentido, ¿le temes al aislamiento?

ATK: Es uno de los grandes temas de la película. Fíjate que, de alguna forma, el estar en aislamiento y confinado me ayudó de alguna forma a descubrirme, me ayudó a, digamos, a bajar del mundo de las ideas, quizá regresando hubiera seguido cinco años pensando en escribir un cortometraje, un largometraje. El estar solo creo que potenció y fomentó esa creatividad, esa necesidad de sacarlo.

Fue un gran proceso de aprendizaje. Ahora me siento mucho más motivado de escribir la segunda, ya lo voy a hacer de una forma, quizá, más convencional, pero fue un un avance sustancial en mi carrera, por lo cual me siento muy bendecido.

La protagonista también experimenta cierto crecimiento personal gracias al aislamiento, la trama empieza como un thriller en que ella es acechada por algo que no vemos y la segunda parte mantiene un registro muy diferente. ¿Qué te llevó a esa combinación?

ATK: Es curioso porque esa decisión de empezar por un camino y terminar en otro surgió de la limitación. Al principio presento un ritmo, una tensión, estoy jugando con lo que hay afuera. Pero ya en el rodaje, como no tenía guión y empecé a rodar con esa idea, llegó un punto en el que –pensando que sería un largometraje– el cerebro de productor le dio al cerebro de director ‘espera, necesitamos al escritor’. Fue un proceso muy creativo, porque tuve que detenerme un par de días para ver hacía dónde iba y sentí que si seguía por ese camino en el que había pensado cuando empecé a filmar, iba a ser un destino de película que no me atrae tanto y, además, iba a ser complicado el poder resolver esa línea. Por eso me puse a ver cómo solucionarlo, cómo podía resolver la historia de una forma que yo como realizador –estando sólo con la cámara– pudiera transmitir algo profundo y hacerlo con imágenes, no con acontecimientos en la trama.

Fue un proceso interesante como realizador para pensar en cómo una imagen, un movimiento de cámara, pueden describir el arco de un personaje.

¿Cuál es el cine que te interesa?

ATK: La verdad, el cine que más me gusta, con el que más resueno, el que me llega, el que siento más personal porque me tocó de alguna forma es el de Terrence Malick, particularmente una de las últimas, Una vida oculta (A Hidden Life, 2019), y la que hizo con Christian BaleKnight of Cups (2015), todo ese lenguaje y forma de narrar que comenzó en su primera colaboración con Emmanuel Lubezki, en Nuevo Mundo ( The New World, 2005), ahí Malick encontró una voz fuerte. Es el cine que me ha cautivado.

Es una influencia notoria.

Fíjate que yo empecé intentando en Transition –porque El Chivo siempre anda buscando luz natural y encontrando la ficción, la profundidad así con Malick–, esas tomas narrativas cuasi documental donde la cámara está reaccionando a lo que hace el personaje, pero otra lección importante fue cuando entendí que la cámara tiene que servir a la historia.

Sentí que no podía seguir con ese tipo de narrativa porque no le servía a la historia, necesitaba planos más estáticos, tripie, planos más largos. Fue un proceso interesante, pero lo que me motivó fueron esas películas de Malick, pensé que iba a terminar con algo parecido –obviamente, él está en el Olimpo–, pero terminé con un lenguaje cinematográfico muy diferente, fue una gran lección como realizador.

Como dice el cliché: si quieres aprender de cine ve a hacer tu película. Antes de esto, con los cortometrajes, me sentía seguro para dirigir, pero cuando tienes que contar una historia de 90 minutos entiendes la importancia de ese discurso.

Por Rafael Paz (@pazespa)