‘El ritual’ y las heridas de la hombría

Un grupo de amigos está en un bar, su marcado acento británico no deja duda de su nacionalidad. Entre vasos de cerveza y pantallas con partidos de futbol, discuten sobre el destino de un próximo viaje. Por la manera en que el intercambio de palabras se acalora, es notorio que no es la primera vez que esta discusión sucede y que probablemente nació cuando eran compañeros de universidad. Ante la indecisión de todos, abandonan el lugar y la tragedia sucede diezmando irremediablemente a la camarilla. La tradición, ante todo, deberá continuar.

El ritual (The Ritual, 2018) funciona, a grandes rasgos, como cualquier otra película de terror que esté relacionada con las vacaciones. Varias personas acuden a un viaje y todo sale mal. Las influencias de la película están ahí, a la vista de todos, desde las cabañas malditas del bosque (Evil Dead), a las criaturas misteriosas (El descenso, Troll Hunter), hasta los clanes dementes (La masacre de Texas, Wicker Man).  

El director David Bruckner (Southbound) divide la cinta en dos partes. La primera dedicada a seguir a los amigos a través del bosque, donde la paranoia (el protagonista principal revive continuamente un recuerdo doloroso de su vida que se mezcla con su boscoso entorno) y la amenaza de lo desconocido son lo más importante. Esta sección se apoya fuertemente en pequeños guiños, señales de que algo no marcha bien, de manera similar –aunque no de tratamiento– a El proyecto de la Bruja de Blair (The Blair Witch Project, 1999). La cámara nos sugiere el peligro mientras juega con nuestras expectativas.

La segunda sección cambia el tono, porque como mucho del terror moderno busca explicar qué sucede al tiempo de expandir el universo interno de la película. Piensen en cómo Está detrás de ti (It Follows, 2014) pasaba de ser una tensa metáfora sobre las enfermedades venéreas a un episodio genérico de Scooby Doo. El ritual no da un paso tan drástico, aunque la vuelta le roba a la película la fuerza que la había hecho avanzar.

La dinámica de los amigos, en evidente deterioro, es el centro emocional del largometraje y empeora cuando las cosas en el bosque comienzan a salir mal como reflejo del disgusto que sienten unos por los otros. Por ejemplo, una herida de rodilla funciona como símbolo de la manera en que los chicos han visto a Dom (Sam Troughton) a lo largo de su vida: como una carga, un hombre débil, aun cuando es el único que parece tener una familia y un negocio próspero. O, la forma en que la hombría del protagonista, Luke (Rafe Spall), es contrastada y cuestionada ante la imagen que tienen los demás de él como un tipo rudo, aguanta todo.

En ese sentido, el ejercicio luce conservador en las decisiones que toma. Este es un relato de masculinidad herida y el modo en que el hombre inseguro de sí mismo necesita del sacrificio de otros para definirse. No es el tema más interesante a abordar y tiene cierto aire conservador, digo, basta que recuerden El descenso con sus mujeres protagonistas.

El ritual constata el modo artificial en que se construye y reafirma un concepto tan vago como “ser hombre”, la formación de éste en la mirada ajena que siempre tiene cierta distorsión personal.

Por Rafael Paz (@pazespa)