‘Dios no está muerto’: La conversión vacía

Cuando me invitaron a ver esta película, tuve la sospecha de que me encontraría más con una pieza de propaganda que con un filme filosófico y profundo. No me equivocaba.

La cinta narra la historia de Josh Wheaton (Shane Harper), un joven cristiano —bautista, metodista, o, quizás episcopal, pero la denominación resulta irrelevante— recién llegado al college y con la ambición de entrar en la escuela de leyes. Apenas a su llegada se encuentra con el profesor Radisson (Kevin Sorbo), titular de la clase de filosofía y ateo militante quien propone a sus estudiantes olvidarse de la “discusión innecesaria” acerca de Dios si firman una hoja de papel con la leyenda “God is dead” (Dios ha muerto). Ante la negativa de Wheaton, Radisson le concede los últimos 20 minutos de sus primeras tres clases para convencer al grupo de que Dios existe. Si no, reprobará el curso.

Además de la historia de Josh, la película cuenta las de Amy Ryand (Trisha La Fache), una reportera vegana y escritora de la “nueva izquierda” (no la de Los Chuchos); Mina (Cory Oliver), la novia de Radisson y abnegada ama de casa cristiana; Ayisha (Hadeel Situ), una musulmana a quien su familia echa de casa por convertirse al cristianismo; Mark (Dean Cain), hermano de Mina y financiero exitoso y sin escrúpulos, y Martin Yio (Paul Kwo), un estudiante chino de intercambio; todos feligreses o cercanos al reverendo Dave (David A.R. White).

Previsiblemente, todas estas historias confluyen a medida que el “juicio a Dios” avanza y terminan en la conversión de todos, incluyendo a Radisson, celebrada en un espectacular concierto de rock cristiano. Las historias, incluyendo la principal, distan de ser las inspiradoras conversiones que promete la película. Más bien se trata de caricaturas de lo que los realizadores —evidentemente cristianos de corte protestante— piensan que son los no cristianos: una sosa referencia al ateísmo del régimen comunista chino (Martin nunca ha oído hablar de Dios, una hazaña en el país que pinta para tener el mayor número de cristianos en el mundo en diez años); la tibieza del cristiano “no practicante” de la novia de Josh; la vida de excesos y egoísmo del capitalismo descarnado, representado en Mark, y el retrato francamente ofensivo de la familia islámica, esos peligrosos infieles cuya maldad hay que mostrar, aunque sea completamente irrelevante para la trama.

Y no hay que olvidar la peor caricatura de todas, la de Radisson, el peor ateo del mundo. Es un profesor universitario, filósofo y ateo académicamente reconocido, pero no es capaz de leer las primeras cinco páginas de Stephen Hawking. Probablemente de ahí viene su inseguridad al discutir con un alumno de primer grado, al que necesita amenazar porque claramente no logra superarlo en el aula. Además, es misógino, egoísta y soberbio (una soberbia que se contradice con la angustia que le producen las discusiones con Wheaton). El colmo de su caricatura es su propio ateísmo: Radisson no es el ultrarracionalista que aparenta toda la película, sino un cristiano profundamente resentido con Dios (en quien sí cree) por la muerte de su madre cuando él tenía 12 años.

Gracias a eso, Wheaton logra vencerlo al final del “juicio” en el que toda la clase funge como jurado. Solamente a eso, porque Josh hace una exposición bastante deficiente de los argumentos cosmológico y del primer motor, que pretenden probar de manera racional la existencia de Dios. De hecho, sus exposiciones, más bien dirigidas a la audiencia, parecen una edición de varios videos de YouTube, que favorece más los efectos visuales que la exposición lógica de ambos argumentos filosóficos. Esta exposición, que supuestamente gana la batalla entre el ateísmo y el cristianismo es tan endeble, que si un profesor universitario y ateo militante no es capaz de contestarlos, habría que regresarlo a la secundaria.

No sé si lo que más molesta de la película es el planteamiento en blanco y negro, lo endeble de las historias, la caricaturización de los personajes en una forma flagrante de propaganda, o el desperdicio de una premisa que pudo dar mucho más de sí. Si, en lugar de ridiculizar a los infieles, la película se hubiera centrado en plantear correctamente el debate filosófico y sus complejas implicaciones en la vida de los creyentes y no creyentes, o si hubiera mostrado una auténtica y humanamente enriquecedora (o al menos creíble) historia de conversión, probablemente habría sido muy disfrutable, pero pagar por ver propaganda religiosa no es una actividad que disfrute.

Para mi gusto –que quizá sea muy exigente—, películas como El tercer milagro (The Third Miracle, 1999), o hasta El rito (The Rite, 2011) son mucho más exitosas en plantear el debate sobre la existencia de Dios y sus consecuencias para la vida de los personajes, y, aun siendo comerciales, se mantienen lejos de verse como propaganda del cristianismo. Para el nivel de argumentación y capacidad de las instituciones que la patrocinan, como la Alliance Defending Freedom (con quienes he tenido el placer de trabajar), era de esperarse mucho más contenido y un filme mucho mejor logrado.

Por Adrián Rodríguez Alcocer (@Adroa8187)

    Related Posts

    ¿Qué estrena la Cartelera?
    ¿Qué estrena la Cartelera?

    Leave a Reply