‘Declaración de Guerra’: nunca se termina de perder

En la primera escena de la más reciente película de Valérie Donzelli, están a punto de hacerle un estudio médico agudo a un niño. Justo después la secuencia es cortada para dar paso al contexto. Nos enteramos que aquel niño es producto de la relación amorosa entre Romeo y Juliette. Y conocemos también el sentido irónico que se le imprime a la casual coincidencia. No es un conjuro romántico al clásico de Shakespeare, sino un extraño sentido del humor que parece no encajar en la lógica de lo que se presenta, donde ese niño ha sido diagnosticado con un tumor cancerígeno en la cabeza antes de cumplir los dos años de edad. Ésa es la premisa principal de la película, el resto son consecuencias de la tragedia anterior.

La historia de Declaración de guerra (La Guerre est déclarée, 2011) goza de un trasfondo que la convierte en algo todavía más confiable y conmovedor; los involucrados en su realización y mentes maestras del argumento son la fuente más segura de que lo que se está viendo. Es, como se vende, una cinta basada en hechos reales. La propia Donzelli, que dirige y escribe, es madre del mismo niño que fue diagnosticado con cáncer. Y el otro que aparece en los créditos como escritor, Jéremie Elkaim, es el padre.

El guión nace de boca propia de los protagonistas, como una adaptación de novela, pero derivada de la vida real. El tiempo palpable se convierte en una ficción moderada. Ambos actúan también como protagonistas y el niño en cuestión, al inicio y final de la película es interpretado por el verdadero paciente, el hijo de la pareja creativa. Se trata de una dramatización que no lo es tanto.

O tal vez sí. El tratamiento que le brindan a su historia es diferente a lo que se pudiera pensar que sucedió después del diagnóstico. La virtud más grande de la película es convertir el sufrimiento padecido en una fina representación que parece a veces más una comedia que una tragedia dolorosa y otras más una reflexión alrededor del escenario alrededor de una enfermedad, parece la prima extranjera de 50/50 de Levine. Aquí, el padecimiento de Adam –Gabriel Elkaim, a los 8 años, hijo de ambos– interpreta un sentido diferente al que se le impone desde un inicio. Es el punto de partida para la oscuridad, pero también el inicio de una época en la que ambos descubren el valor que el sufrimiento ejerce sobre las personas y es un divertido estudio acerca de su digna valoración y sus grisáceas consecuencias.

En su desarrollo se pueden encontrar escenarios que contrastan. En algunos momentos vemos a los personajes sonreír por nada o asistir a fiestas delirantes y en otros los vemos cantándose uno al otro o realizando cenas románticas en la sala de un hospital. Los únicos momentos en los que pueden ser vistos en medio de una crisis de pánico es al inicio del calvario. Como si Donzelli reflejara perfectamente lo efímero del sufrimiento y la imposibilidad de hacer algo frente a situaciones fuera de las propias manos. Un preciso retrato del mal gusto que tiene la vida y de sus luminosos momentos que la hacen menos frustrante. La pareja se cuelga de esos momentos en la expectativa y resignación a tal punto de perderlo todo. El destino nunca deja de ofender.

Y para retratar todo eso, la cámara de Donzelli es manejada con mucha responsabilidad. Si se observa con cuidado, muchas de las imágenes cuentan con una uniformidad que le imprime cierto grado de estabilidad estética que se intersecta con el camino que los personajes recorren. A veces los colores parecen representar las características de quien los porta y otras veces el vacío de los que están involucrados está impregnado en el ojo de la cámara.

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Cerca del final de la película se encuentra una toma que evoca de inmediato a aquella del final de Fight Club, pero adaptada al funcionamiento de un porvenir diferente. El de Fincher era uno de penumbra en donde el amor de pareja predomina en el estrecho de las manos de ambos, el de Donzelli es uno luminoso en donde el amor se quedó atrás y la pareja no se puede ni tocar. Se sabía de antemano que el hijo sobrevive, importaba contar todo el sacrificio y las consecuencias que su triunfo trajo consigo.

 Por Joan Escutia (@JoanTDO)

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