Estar cómodos con nuestros cuerpos es complicado, el mundo nos bombardea con modelos de belleza, aspiraciones lejos de nuestros genes o geografías. ¿Cómo valorarme si el mundo me recuerda a cada paso la “errónea” manera en que se acomodaron mis células? Perdimos la lotería genética al nacer y la carrera, nos dicen de manera subliminal (en el mejor de los casos), siempre será cuesta arriba.
Las primeras tomas de Aún más bella (De plus belle, 2017) son de una cámara danzando en un antro, lleno de cuerpos hermosos en la pista, deseosos de expresarse con un contoneo y de fricción con otra piel. Una situación bastante normal, pues, para todos los ahí involucrados… con excepción de Lucie (Florence Foresti), quien luce fuera de lugar desde el inicio de su encuadre.
Tal vez sean las arrugas de su rostro, el hecho de haber pedido un té, su pantalón de mezclilla azul Eduardo’s circa 1980, o su negación a bailar mientras todos lo hacen. Lucie no parece estar disfrutando el momento, está ansiosa y checa el celular en todo momento. Pronto descubrimos que padeció cáncer, un matrimonio fallido y siempre fue víctima de los comentarios de su madre sobre su aspecto. Así cualquiera llega traumado a los 40.
Aún más bella, ópera prima de la realizadora Anne-Gaëlle Daval, es una reafirmación de la femineidad en una etapa madura. Piensen en la reciente ¿Cómo matar a un esposo muerto? (2017), donde Mara Castañeda, mediante su personaje, intentaba encontrarle sentido a la vida después de un divorcio y tener problemas de dinero lejos de la protección de su marido. Dicha película falla porque el guión no evitaba los lugares comunes de este tipo de producciones, ese rubro donde la reina es Nancy Meyers (Alguien tiene que ceder), Aún más bella tampoco los evita pero intenta mostrarlos con menos chabacanería (a excepción de ese baile/cortejo al ritmo de You Are So Beautiful, de Joe Cocker) que su contraparte mexicana.
La clave está en la actuación de su actriz principal, Florence Foresti, que utiliza su en apariencia frágil cuerpo como arma y es dueña de una mirada melancólica que provocaría celos en Droopy. La transformación del personaje es interior más que externa y Foresti encuentra la manera de canalizarlo vehementemente.
La película no es condescendiente con Lucie, no está aquí para regalarle un final feliz porque la vida otorga pocos. Ella, como nosotros, conseguirá algunas victorias, algunos amores, felicidad llena de matices y seguirá hasta que el cuerpo aguante. Sin embargo, lo hará aceptándose, enamorada de su cuerpo. A veces, con eso basta.
Por Rafael Paz (@pazespa)