Beetlejuice Beetlejuice: La nueva necrofilia

La maquinaria de la nostalgia no deja de ser rentable y ahora ya está alcanzado la década de los noventa, estamos sólo a un par de décadas de que no se tenga nada que resucitar, sólo los cadáveres ya revividos. Este ejercicio de nostalgia raras veces construye sobre el pasado y se conforma únicamente con reeditarlo. Se actualizan imágenes, caras y formas de producción, ni siquiera para contar la misma historia, sino para crear un pastiche que hiede a podrido, incluso con su nueva capa de pintura.

Se podría pensar, con justeza, que Beetlejuice, Beetlejuice (2024) del artísticamente finado Tim Burton es otro ejemplo más de este cinismo corporativo que solamente exhuma glorias pasadas con la esperanza de una ganancia relativamente fácil de dinero y aunque hasta cierto punto sí lo es, Burton no regresa a su pasado con cinismo, sino con un brío creativo que revive al artista que en algún momento fue sepultado por el obediente artesano corporativo que vendió alegremente su nombre a Disney hace unos años.

Considerando que la muerte, o más bien, la idea de finitud en los ahora llamados “universos narrativos” no es algo compatible con un modelo de negocios, la premisa central de Beetlejuice (1989) se presta de manera orgánica a la resucitación, pero Burton no tiene un espíritu de saqueador sino de explorador. Basta con pensar en la coherencia que existe en las reglas del universo creado y que el mismo Burton respeta -razón por la cual no regresan en esta secuela los personajes de Geena Davis y Alec Baldwin– y que resuelve de manera irreverente la ausencia del actor Jeffrey Jones, quien se viera envuelto en una densa polémica personal a inicios de 2010.

En Beetlejuice, Beetlejuice, Burton retoma el sentido del humor fársico, la imaginería grotesca y la vena cinéfila ausente en su trabajo desde hace varios años. A diferencia de Alien: Romulus (Fede Alvarez, 2024), no se recurre a baratijas nostálgicas y oportunistas, como la resurrección digital de personajes o el mero paseo de nostalgia. Burton parece haber aprendido de su experiencia con Disney que la integridad artística se recupera manteniendo una relación de respeto con el pasado, con el inframundo cinematográfico que tanto ha nutrido su visión desde sus primeros trabajos –Vincent (1982)-.

Aunque no es la primera vez que Burton regresa a su propia obra con la intención de expandirla, como sucedió en Frankenweenie (2012), hay un espíritu lúdico que anima la película en cada uno de sus gags. Más que una narrativa integrada, aquí Burton retoma la lógica de trabajos propios como Pee Wee’s Big Adventure (1985) o Mars Attacks! (1996), en las que una cadena de chistes articulaba las películas y daba pie a una fluida inventiva visual, vivaz cadencia y un genuino y decadente hedor a serie B, algo que raras veces se consigue en las cada vez más pulidas y prístinas superproducciones, en cine o streaming.

Contando de nueva cuenta con la participación de Michael Keaton, Winona Ryder y la extraordinaria Catherine O’ Hara, Beetlejuice Beetlejuice suma a sus filas a Jenna Ortega, Justin Theroux, Willem Defoe y a la italiana Monica Bellucci, pareja actual de Burton, en papeles que tienen un peso más iconográfico que narrativo. Por ejemplo, Bellucci cubre el rol antes cubierto por la indeleble presencia de Lisa Marie (Ed Wood, Mars Attacks!, Sleepy Hollow) y la versátil Helena Bonham Carter (Planet of the Apes, The Corpse Bride, Sweeney Todd), antiguas parejas de Burton que en sus roles satisfacían un deseo, carnal o afectuoso, de alguno de los personajes principales y que se mueven en las películas como seres que, a pesar de etéreos, no son ajenos a la lógica absurda y risible de los universos en los que viven.

Quizás es por ello que las películas de Burton, al menos las que sí guardan una relación cercana con sus intereses, transmiten un goce que pocos cineastas trabajando actualmente se permiten, particularmente aquellos que toman su rol con una solemnidad mucho más ridícula y grotesca que cualquiera de los socarrones gestos de Beetlejuice. Burton convoca a Mario Bava, George A. Romero, Terence Fisher y muchos otros cineastas que han creado un imaginario al que pocos regresan por considerarlo caduco y rebasado. El problema de la nueva necrofilia que invade al cine y la televisión es que no resucita a los muertos olvidados, sino a aquellos que no deja morir.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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