‘Xica Da Silva’: La tropical seducción

Durante el siglo XVIII, fueron descubiertos importantes yacimientos de metales preciosos ubicados en la parte sur de Brasil –oro y diamantes, específicamente. Este hallazgo se tradujo en un cambio económico y político al instituir la Corona Real Portuguesa un sistema de contratación de diamantes, siendo una de las más prominentes zonas de extracción del país la comarca de Tijuco (hoy Diamantina); dicho sistema garantizaba el monopolio de extracción de piedras preciosas a un capitalista portugués investido personalmente por el Rey Don José I con el cargo de contratador de diamantes. Seguramente, el más reconocido de estos llamados contratadores fue un sagaz y ambicioso aristócrata llamado João Fernandes de Oliveira, quien arribó a la región en el año de 1753.

Durante su administración, la región de Tijuco atestiguó un periodo de razonable bonanza, aunque algunos señalan que ésta se hallaba fundamentada en la corrupción, ya que, si bien Fernandes de Oliveira procuró granjearse el respeto (que no complicidad) de los lugareños mediante empleos bien remunerados, el apadrinamiento y la concesión de algunas tierras de cultivo, también se aseguró de otorgar cuantiosas dádivas económicas para sus allegados más próximos y el resto de las burocráticas autoridades, además de una visible actitud de tolerancia para algunos de los bandidos de la zona, quienes, en su mayoría, eran en realidad mineros que, al margen de la ley, traficaban diamantes hacia Holanda, los cuales se amparaban de la “saludable” actitud conciliadora de “tú no me jodes, yo no te jodo” por parte de Fernandes, quién se limitaba a observar sin interferir, esperando pacientemente el momento en que aquellos descubrían los yacimientos y minaban apresuradamente todo lo que sus modestos recursos les permitían antes de huir, para después, con toda calma, encargarse de extraer el cuantioso resto.

No obstante, la aparente “armonía” tenía dos puntos débiles: el primero, representado por los poco ortodoxos métodos seguidos por la administración de Fernandes, los que se tradujeron para aquél en un cuantioso ascenso social y económico no previsto por la Corte Real Portuguesa, la cual comenzó a ver con recelo la eventual amenaza al estado que representaba el vertiginoso poder adquirido por el poco discreto contratador, quien, amén de llegar a rivalizar (e incluso superar) en opulencia con el propio rey, parecía no preocuparse en ocultar su privilegiado (que no excéntrico) estilo de vida; el segundo lo representaba una mujer de raza negra. Su nombre: Xica da Silva.

Los límites entre mito y realidad alrededor de Xica da Silva son difusos. Nacida y vendida como esclava a João Fernandes de Oliveira en 1754, es un hecho irrefutable que se convirtió en su concubina durante poco más de 15 años, aunque muchos coinciden en describirla como una mujer ambiciosa, fría y calculadora, quien se valía de su hermosura y sus atributos sexuales para conseguir sus própositos y aniquilar a sus enemigos, lo que por ende le habría servido para constituirse en la auténtica (y tirana) conductora de los hilos del poder en la región, mientras que otros la ven como un histórico ejemplo a seguir de lucha y activismo en pro de la igualdad racial y social.

Realizada en 1976 y tomando como punto de partida la novela homónima de Joao Felicio dos Santos, Carlos Diegues logró una sarcástica y vibrante alegoría del mito alrededor de Xica da Silva (Zezé Mota) y su desenfadado amor por la libertad, centrándose en una primera instancia en el arribo de João Fernandes de Oliveira (Walmor Chagas) al ya de antemano corrupto Arrial do Tijuco, y su inusual relación con Xica. Mostrado en clave de comedia, en el sexto film de Diegues, mito, realidad y fantasia se alimentan uno del otro, tornándose en referentes de similar importancia las más de las veces, cuya finalidad es, detrás de su hilaridad aparente, servir de base a una reflexión sobre la igualdad y la posibilidad de alcanzar la libertad por medio del amor, con una protagonista  descrita por el realizador como “una multicolorida mariposa reposando en los blancos muros de una iglesia colonial.”

Por supuesto, la cinta de Diegues procura no evadir en ningún momento el comentario político –en el caso que nos ocupa, sobre la corrupción gubernamental, la disparidad étnica y los ecos de rebeldía y libertad en el Brasil del siglo XVIII–, para lo que el realizador ofrece un singular desfile de personajes variopintos, en el que la carismática presencia de Zezé Mota (con quien el director trabajaría posteriormente en Quilombo y Tieta do Agreste) resulta fundamental para dar el balance correcto a la cachondamente vital heroína, la cual, valiéndose de sus primigenios encantos –el film no desmiente “cierta” habilidad única de Xica, que, mediante el placer y el dolor, logra poner a sus pies a cualquier hombre–, hace trastabillar la circunspecta ética profesional de João Fernandes; complementa de modo idóneo la recia personalidad del bandido Teodoro (Marcus Vinicius); se muestra afín al juvenil radicalismo rampante de José, su ex amante (Stepan Nercessian), y, de refilón, pone en vergonzosa evidencia por sus propios medios (o al menos, hasta donde éstos le permiten) el entorno misógino/segregacionista y la corrupción imperante, representada por el burlonamente siniestro Conde de Valladares (José Wilker), el decrépito y raboverde padre de José (un hilarante Rodolfo Arena), el engreído –pero púsilanime en esencia– intendente (Altair Lima) y Doña Hortensia (Elke Maravilha), su banal, racista y calenturienta esposa, sin dejar de lado la ominosamente inmutable presencia de la Iglesia cátolica, simbolizada por el párroco del lugar (papel interpretado por el propio autor del libro, Joao Felicio dos Santos), quien será el único en no derrumbarse ante el agonizante sabor del cabrito “preparado” por Xica da Silva.

Gozosa tergiversación de la historia, utópico himno a la libertad e igualdad en un mundo de reglas establecidas, Xica da Silva es uno de esos referentes del cine brasileño de los 70, y de los más exitosos tanto local como internacionalmente (en México la vimos por cortesía de Carlos Amador, quien por eso de la mercadotecnia, la rebautizó con el título de Xica da Silva: La mulata de fuego, promoviéndola como otro más de sus habituales productos soft porno.) El asunto es tan popular en Brasil, que en 1996 se llevó a cabo una nueva versión telenovelesca estelarizada por esa otra diosa de ébano llamada Taís Araújo, en cuyo último capítulo, y a modo de homenaje, apareció Zezé Mota encarnando a la madre de la suculenta protagonista.

Por Venimos, los jodimos y nos fuimos (@venimosjodimos)

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