Un primer respiro: ‘À bout de souffle’ de Jean Luc Godard

Hace apenas unos cuantos años era cuando se celebraba en diversas publicaciones, festivales y asociaciones fílmicas de gran importancia el aniversario del estreno de una cinta seminal en la historia del cine: À bout de soufflé del lacónico crítico ahora convertido en radicalmente dinámico cineasta Jean Luc Godard. Siendo así, se han reciclado millares de palabras para expresar diversos ángulos, puntos de vista, celebraciones, rechiflas y ensayos para hablar sobre esta pieza fundamental en la historia del cine mundial, punto de encuentro entre la sagradamente sobadísima nouvelle vague y el panorama cinematográfico mundial, contando con el fundamental precedente de la mítica Les 400 coups de Truffaut.

Sabemos y conocemos de sobra el valor del filme como una inflexión de indudable peso en la historia del cine, pero, como ópera prima, ¿Qué es lo que À bout de soufflé preconizaba sobre el en ese entonces novel cineasta franco suizo Jean Luc Godard? Las respuestas no se limitan a unas cuantas observaciones o aspectos del filme como tal, sino en su tratamiento holístico como una obra de convenciones radicales, juegos formales y refrescante liberación.

Godard toma los elementos primarios del cine hollywoodense clásico que fueron objeto de una profunda admiración por el staff de la legendaria revista Cahiers du Cinema (un hombre, una mujer, un auto y un arma) y que enormes cineastas como Fuller, Ray, Hawks o Walsh canonizaron a lo largo de brillantes filmografías para revigorizarlos con un montaje de pujante ansiedad y mesurado vértigo, inyectarle un vibrante y vital score compuesto por el maestrazo Martial Solal, consistente en sublimes y urbanas piezas de jazz.

La esencia de À bout de soufflé se halla en su rodaje mismo, una locura ingeniosamente improvisada, en la que el brillante trabajo del enorme cinefotógrafo Raoul Coutard se llevó a cabo ocultándose en las calles, tracking shots en sillas de ruedas, nunca la clandestinidad y el pillaje fílmico, por el cual Godard se haría un nombre en su filmografía del lustro posterior, había entregado un trabajo de una factura tan impecable.

En el centro de este sublime cataclismo fílmico se encuentran las figuras elegantes, hip y vulgarmente sofisticadas de los titánicos Jean Seberg y Jean Paul Belmondo, quienes se consolidaban como afiches de carne y hueso a la disposición del plástico sentido de composición de Godard, especialmente afecto al classy pastiche.

Seberg ya era una sazonada actriz hollywoodense habiendo trabajado bajo las órdenes del neurótico Otto Preminger, mientras que Belmondo buscaba el éxito a través de su imagen ruda pero devastadoramente atractiva en papeles de gánster o malandrín de esquina. Godard, un experto iconógrafo, encontró fácilmente las virtudes en Seberg y Belmondo para convertirlos en la hambrienta periodista americana Patricia y el hábil buscavidas Michel, tergiversando nuestras expectativas sobre su papel en una “historia clásica”.

Á bout de soufflé es la definición precisa de lo que una ópera prima idealmente debería ser: un filme que demuestra la pericia y agilidad narrativa de una camera-styló  joven, que no duda en mostrar su faceta multireferencial y ecléctica (lo mismo cómics que Auguste Renoir), que descaradamente marida lo vulgo y lo snob en frenético paquete y que sobre todo, establece claramente la identidad y voz del cineasta, no a través de un tímido susurro, sino de un firme y eufórico grito que anunció, con pompa, la llegada de la modernidad al cine.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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