‘Un camino a casa’: Contraste de realidades

Las inequitativas condiciones de vida en India, uno de los países que concentra mayor pobreza extrema en el mundo, perjudican a millones de habitantes en el lugar, siendo los niños quienes encuentran mayores dificultades para sobrevivir en un complicado panorama conformado por analfabetismo, el hambre y el poco ingreso económico en las familias.

En la mayoría de los casos, la explotación sexual, la delincuencia y la pederastia condicionan los desalentadores destinos de millones de infantes de clase humilde. Una excepción a la tendencia fue Saroo Brierley, un joven empresario hindú que, por azares del destino, ha tenido suerte para salir de la pobreza y sus vivencias son recreadas en Un camino a casa (Lion, 2016).

En 1986, a la edad de cinco años, Saroo vivía en el centro de India. Después de acompañar a su hermano mayor a la estación, queda solo en la travesía, atrapado en un vagón de tren que lo aleja miles de kilómetros de su hogar. Al llegar a Calcuta, sin conocer el idioma bengali, sobrevive en las calles y, ante el desconocimiento del nombre de su madre, es enviado por las autoridades a un orfanato donde es adoptado por una pareja australiana.

Años después, con una vida estable en Tasmania, el adulto Saroo (Dev Patel) evoca los recuerdos de su niñez y emprende la búsqueda de su familia biológica con Google Earth. Las experiencias, basadas en el libro autobiográfico Un largo camino a casa, publicado en 2013, realzan el contraste de la precariedad y la estabilidad económica de acuerdo a las circunstancias y ubicuidad en la vida, además de recalcar la perduración del origen étnico.

El realizador Garth Davis se desprende de los saltos temporales y la tradicionalidad del flashback en la mayor parte de la trama para dividirla de forma cronológica en dos partes. La primera, el pasado del protagonista, recalca el realismo y dificultad de las calles y de una clase social de la sociedad que padece escasez económica.

Ante un escenario complicado, resalta con un destacado aspecto visual el país de la India, sus calles, su crudeza y zonas aisladas, similar a las anécdotas de vida de un concursante hindú de televisión en Slumdog Millionaire (2008). A su vez, el relato se deslinda del mensaje optimista del filme de Danny Boyle para adquirir identidad propia y representar con acierto y estética la desolación para los niños que se pierden y deambulan en la gran urbe.

Saroo (Sunny Pawar, con carisma y naturalidad en la etapa infantil del personaje) enfrenta la amenaza del abuso sexual, deambular en la muchedumbre sin ningún tipo de ayuda, dormir en las calles sin cobijo y el robo como medio de supervivencia. Todo ello logrando conmover, simpatizar y recalcar la dificultad de la situación, respaldado por la sobresaliente fotografía de Greig Fraser.

No obstante, en la adaptación del guionista Luke Davies, el inicial buen equilibrio de tono pasa a convertirse, por ocasiones, en una manipulación emocional intencionada en la segunda parte del relato, más aproximada al melodrama familiar y a la convencionalidad narrativa en el desarrollo del núcleo familiar, en la que el adulto Saroo, sano, con estudios académicos y con un buen nivel de socioeconómico, vive con culpa y atormentado por el pasado, aprendiendo a aceptar el amor en sus diversas manifestaciones para emprender el futuro que le corresponde.

Los Brierley, específicamente Sue (sobresaliente Nicole Kidman), es quien brinda la humanidad y compasión en el rol de la madre adoptiva, aspecto que termina por encausar, de manera inadvertida, la búsqueda personal hacia el previsible final, uno en que el lazo de hermanos con el conflictivo Mantosh (Divian Ladwa) y el prospecto romántico, representado con la universitaria Lucy (una desaprovechada Rooney Mara), pasan a un término muy secundario, con sus presencias muy irrelevantes en la trama.

Aunque no está exenta de detalles convencionales que enaltecen de manera deliberada el tormento personal en la búsqueda de la familia biológica, Un camino a casa es una emotiva historia de vida que destaca principalmente en su prólogo, baja de ritmo y eficacia narrativa en el segundo tramo y se recompone para ofrecer el cierre de un inspirador caso de insistencia.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)

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