‘Turbo Kid’: La neblina de la nostalgia

Es curiosa la forma en la que el ser humano maneja el pasado y su a veces inevitable sensación de nostalgia. Esta última palabra acuñada originalmente por un medico del siglo diecisiete para describir la condición que varios soldados padecían. El recuerdo de sus familias y sus hogares impidiéndoles operar de manera efectiva en la guerra. Nublando sus pensamientos y controlando sus emociones.

Por un lado despreciamos el pasado inmediato, queriéndolo alejar lo mas pronto posible de nuestro radar. Los ochenta no querían saber nada ya de la música disco de la anterior década, luego los noventa ridiculizaron los excesos del neón y los peinados voluminosos. Un ejemplo inmediato en nuestro país: la música de cumbia y otros géneros considerados de gente “naca” y corriente en otras épocas gozan actualmente de gran popularidad. Teniendo bandas de “rockeros” haciendo duetos con agrupaciones de estos sonidos guapachosos. Como bien dice un camarada, todo lo que se desprecio en el pasado siempre vuelve y con venganza.

Estamos ya muy entrados en los grises y ambiguos dos mil, época que se ha caracterizado por ser lo mas homogénea posible. La prioridad ha sido no distinguirse demasiado, miedo a las burlas que harán futuras generaciones. Enfocada en que todo le guste a todos: música, películas, ropa y comida. Mucha gente que paso su infancia en los ochenta, incluso a finales de estos, ahora miran atrás anhelando las tonalidades estrambóticas y pintorescas de la década de Duran Duran y Pac Man. De una época que fácilmente se le podría haber considerado políticamente correcta, con la guerra fría y las doctrinas de Reagan a todo lo que daban. Esto ultimo palideciendo ante el revisionismo histórico puritánico actual, obra y gracia de ciertos grupos de dudosos “progresistas” empeñados en hacer que todo el entretenimiento actual tenga sabor a nada. Los ochenta podían ser muchas cosas, pero la sutileza nunca fue una de sus características. La era que vio nacer el Ferrari Testarossa, creía firmemente en hacer las cosas a lo grande. En varios sentidos lo opuesto a esta época, tímida y temerosa de hacer enojar a algún grupo religioso o supuestas minorías con arte demasiado “agresivo”.

Las nuevas generaciones de cineastas nostálgicos le han entrado con todo a intentar revivir sus añoranzas y recuerdos. El cine de género en particular, nutrido en los 80 de varias cintas emblemáticas, es terreno fértil para volver a plantar la semilla que fue ahogada en el mar de secuelas y remakes actuales. El problema es que la nostalgia desorientada puede ser tan tediosa y predecible como una nueva secuela de Rapido y furioso. Películas como Ghostbusters y Aliens son clásicos no porque estaban empeñados en imitar otras eras, o estilos narrativos, sino por que deseaban ante todo ser sus propias historias. Los 80 tenían su propia voz, algo de lo que carecen varias cintas de esta oleada de intentos accidentados de revivir experiencias fílmicas por medio de recuerdos borrosos.

Drive de Nicolas Winding Refn dio el banderazo de salida en muchos sentidos, pero esa película no deseaba ser un homenaje hueco. La historia del conductor solitario tenia, si, muchas influencias del pasado, pero contaba con su propia personalidad. Contaba una historia con personajes bien definidos, con seres humanos ante todo. No se puede decir lo mismo de cosas como The House of the Devil, The Guest, Cold in July, It Follows y otros tantos experimentos fallidos. Son cintas que intentaron, y fallaron, en combinar la estética de un pasado de neón y sintetizadores con los lenguajes fílmicos del presente.

Turbo Kid (2015) es una raya mas al tigre de esta nostalgia emanada por directores treintones que han confundido el calcar sobre una imagen con la reverencia, la replica con la creatividad. Las intenciones son quizás nobles, pero en su ritualista seguimiento de ciertos hábitos fílmicos no hacen otra cosa que meterse el pie. A escasos minutos de la introducción de los dos personajes principales ya hay una referencia a Army of Darkness de Sam Raimi, sí, otro chiste sobre “my boomstick”. Es una cuesta abajo de lugares comunes a partir de ese momento. El tedio no tarda en llegar, gracias a un ritmo narrativo lento y pesado.

El mundo que habitan los personajes de Turbo Kid, lejos del agujero apocalíptico que pretende ser, nunca deja de verse como un parque industrial plano e inofensivo. Alguien dirá por ahí que no se le puede exigir mucho a un presupuesto claramente limitado, pero hasta cintas chatarreras de serie B del pasado se esforzaban mas. Las siempre ridiculizadas imitaciones de Mad Max y Escape From New York que hicieron los italianos contaban con locaciones mas convincentes. De igual manera la acción y violencia que mostraban eran mas contudentes, lo opuesto a este caso, donde los encuentros son caricaturescos a morir. Claramente esa fue la intención, pero le resta todo peso dramático al relato. Todo se siente pues como una fantasía fílmica hueca y acartonada, carente de una sensación de aventura, o de riesgo para el protagonista. El antagónico no intimida, el héroe no motiva, y la acción nunca anima.

Aunado a esto el guión quiere inyectar un romance idílico que termina siendo bobo y simplón. Una joven extremadamente sonriente de nombre Apple (Laurence Leboeuf) es la pareja de nuestro turbo héroe. El estereotipo de la mujer eternamente aniñada, ya no digamos joven, que se comporta como quinceañera y es impredecible, “tierna” y “loquita”, lleva años ya plagando varias películas. Culpo a Wes Anderson de popularizar este insufrible cliché. Será la idea de una pareja ideal para muchos jovencitos u hombres de veintitantos, pero no le quita lo superficial al asunto. El resto de la trama se desenvuelve en viejos arcos narrativos de westerns y de héroes inexpertos que poco a poco aprenden a usar
algún poder. Hay un tipo por ahí haciendo una imitación de Snake Plissken y el Man with No Name, además Michael Ironside hace lo que puede como el villano y en fin. Si Turbo Kid pretende ser una caricatura de hace décadas se siente mas como un episodio de He-Man que uno de Los Caballeros del Zodiaco.

Viendo las reseñas tan festivas que ha recibido imagino esto quedara para varios como los gruñidos de un amargado. Todo lo contrario, se le puede rendir homenaje a una época y estilo sin tener que caer en la cursilería o la pedantería. Los clásicos de cualquier década han sobrevivido gracias a que tenían buenos guiones, buenas actuaciones. Esa es la diferencia entre todas estas nuevas obras que quieren usar la mímica a su favor, y las cintas originales. Mucha gente puede responder por que no se debían cruzar los rayos de las armas de los cazafantasmas, o describir a la perfección como huía Indiana Jones de una gran piedra rodante. Nadie podrá citar una sola linea de Turbo Kid, o recordar alguna
escena en particular. Una vez mas, las buenas historias son a prueba del tiempo, y como los buenos vinos, mejoran con los años. La imitación sin imaginación no tiene nada de noble, y es la materia prima de la que esta compuesta el olvido.

Por Rubén Martínez Pintos (@SartanaDjango)

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