‘Tu nombre’: Cuando la animación es un arte

La sinopsis quizá nunca le hizo menos justicia a una película como a Tu nombre (Kimi no na wa., 2016), del artista japonés Makoto Shinkai. “Dos adolescentes cambian de cuerpo y…” pfff, qué novedad. Suena como el argumento de una película para pubertos de los ochenta o su refrito más reciente con algún actor cómico gringo o mexicano.

Pero no. Tu nombre es una pieza. El argumento central no es el cambio de cuerpos, que apenas llega a quedarse como un elemento circunstancial, tan circunstancial como el paso de un cometa por Japón que se vuelve un pretexto para conectar a los dos protagonistas.

El argumento es la creencia que las almas gemelas están conectadas por un hilo rojo atado a sus meñiques y que hará que algún día se encuentren sin importar sus geografías o sus tiempos.

Sin embargo, y aunque podría parecer una novela romántica, va mucho más allá. “El círculo no es redondo”, decía Milcho Manchevski en Antes de la lluvia (joya perdida de 1994), y en Tu nombre Makoto Shinkai desenvuelve con una gran maestría narrativa el mismo concepto: el tiempo no es lineal, no existe más que en la percepción de cada uno y las historias trascienden el plano temporal.

El guión supera por mucho las expectativas, pues cada detalle está cuidado al máximo, sin dejar cabos sueltos, sin ser una sucesión infinita de chistes idiotas, o una fórmula gastadísima de superación que sólo varía cambiando juguetes,  por mascotas, peces, autos, aviones, robots, y hasta emojis.

Makoto Shinkai es un preciocista, algo difícil de mantener en una película de más de hora y media, en la que no hay rellenos, y tampoco hay secuencias insufribles destinadas a llenar un estándar de tiempos de proyección.

Ya en otras cintas Shinkai había demostrado su pasión por el detalle, pero con tiempos más cortos, como en 5 centímetros por segundo de 2007 (Byôsoku 5 senchimêtoru), o El jardín de las palabras (Koto no ha no niwa) de 2013; cada una maravillosa, detallista, y de no más de una hora.

Definitivamente no es para niños y tampoco para quienes gustan de sabores mucho más salados en sus animaciones. Se trata de una cinta cuidada al extremo, casi mágica para los entendidos del género que toca fibras sensibles, que adentra al espectador hasta hacerlo parte, hasta lograr una empatía en la que el dolor duele y los momentos felices nos sacan una sonrisa.

Por Hugo Maguey