Tron: El Legado: genérica de pies a cabeza

En 1982 cuando Tron logró ver la luz –el proyecto comenzó en 1976, cuando Steven Lisberger conoció Pong- se convirtió rápidamente en un parte aguas de los efectos especiales, algunos criticaron que le faltara fibra al guión, pero eso no importó para que a partir de la película se creara toda una franquicia comercial, desde videojuegos hasta comics. Incluso una secuela mas de 25 años después titulada Tron: El Legado.
La historia es casi la misma que en la primera parte, sólo que ahora con el vástago de Kevin Flynn (Jeff Bridges) de nombre Sam (Garrett Hedlund), quien se imbuye accidentalmente en el mismo mundo virtual que lo hizo su padre con anterioridad.

Pero es en ese momento cuando los problemas comienzan a emerger. En su primera parte, el concepto resultaba novedoso, pero ahora transcurrido el tiempo, el impacto no es el mismo. Principalmente porque se nota rebasado, la estética manejada en nuestros días por los videojuegos supera los efectos especiales de la cinta, particularmente la versión virtual de Jeff Bridges, Clu, que parece sacada de El Expreso Polar (Robert Zemeckis, 2004) o de Beowulf (otra vez Robert Zemeckis, 2007), un par de bodrios con efectos especiales. Eso sin mencionar que en Avatar (2009) James Cameron logró que unos monigotes azules de 3 metros se vieran bastante reales.

Gracias a ese tipo de detalles, la manufactura del filme se nota regular, como si todos los involucrados en el proyecto de hubieran dedicado sólo a cumplir y nada más.

Además, muchas escenas dentro de la cinta remiten a otros clásicos de la ciencia ficción. Sin ir más profundo, las referencias a Star Wars son las más evidentes. Kevin Flynn y su encierro en el desierto nos remiten al de Ben Obi-Wan Kenobi en la saga de George Lucas; en su primera aparición Clu, el villano, tiene un tono de voz sospechosamente parecido al de Darth Vader; y para no hacer más cansada la lectura, un detalle más: la nave en que escapan los tres protagonistas, se asemeja a la de el Emperador Palpatine (Ian McDiarmid).

El decorado, aunque técnicamente impresionante, deja una sensación de distanciamiento, de frialdad con el espectador. Redondeando el sentimiento de medianía que permea todo el filme.

Actoralmente Jeff Bridges cumple con su papel, en él ya es costumbre. El grupo de histriones que lo acompaña ofrece interpretaciones aceptables, nada rescatable, incluyendo a Olivia Wilde, lo suyo lo suyo no es la actuación. A esto hay que sumarle a un sobreactuado Michael Sheen, como Castor/Zuse quien es dueño del club más famoso de la ciudad, dentro de su sobreactuación Sheen por momentos remite al Acetijo de Jim Carey en Batman Forever (Joel Schumacher, 1995), David Bowie hubiera estado perfecto para este papel.

A la medianía de la película sumémosle al dueto francés de música electrónica Daft Punk, quienes fueron contratados para hacer el soundtrack y score. Como todo en Tron: Legacy, la música tampoco destaca (quizá es que, personalmente, esperaba mas de Daft Punk), a pesar de tener algunos cortes rescatables, la mayoría cae en lo clásico –por no decir redundancia, sobre todo en las batallas–, casi parece que John Williams se hubiera puesto el casco de Daft Punk. Incluso la secuencia donde el dúo tiene participación, parece haber sido hecha con el único propósito de comprobar que de verdad estaban ahí.

Joseph Kosinski, director de la película, tampoco ayuda mucho a que el resultado final mejore. Su estilo de dirección es tan impersonal que cualquier otro pudo haber tomado su lugar y no lo hubiéramos notado. Lo cual quizá no sea extraño dado que es su primer largometraje. Démosle tiempo para desarrollarse.

Al final Tron: El Legado es un producto aceptable, a momentos predecible y cansado, que en estos días de terceras y cuartas partes –lo de Los Piratas del Caribe ya es exceso– seguramente tendrá una secuela, la cual muy probablemente los fanáticos estarán esperando. Lo cual en estos tiempos de productos culturales genéricos no sorprende.

Por Rafael Paz (@pazespa)

Pd No dejó de pensar lo mucho que mejoraría nuestra existencia si Jeff Bridges fuera nuestro Dios

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