‘Trainspotting 2’: Venimos por la nostalgia

La nostalgia es un recurso que no le es ajeno a ninguna demostración de cultura pop desde hace muchos años. La eterna búsqueda del pasado es un tema del que es difícil despegarse al momento de crear o consumir arte y entretenimiento. Su efecto generó discusiones académicas que van desde disciplinas como la música (Retromania, Simon Reynolds, 2010), hasta otras como el cine mismo (Screening The Past, Pam Cook, 2004) y sin embargo permanece como una herramienta infalible para atraer a una audiencia que, al igual que los creadores, está hambrienta por recordar.

Es un aderezo caprichoso y en el cine no se comporta de manera diferente. Trainspotting 2: la vida en el abismo (T2 Trainspotting, 2017) , la secuela de Trainspotting dirigida por Danny Boyle veinte años después del estreno de la primera parte (escrita por John Hodge y supervisada por el creador de la novela original, Irvine Welsh), utiliza la nostalgia como punto de partida para desarrollar un ejercicio que no le es ajeno al público hoy en día y que funciona como epicentro de todo lo que sucede a cuadro mientras se desarrolla.

Como un cínico experimento de reconstrucción que dista mucho de lo que Sam Raimi hiciera en los primeros minutos de Evil Dead 2 (1987) para emular a su antecesora y dar inicio a la secuela, T2: Trainspotting está empeñada en utilizar el recuerdo no para el desarrollo propio, sino para exhibir el punto más crítico de la nostalgia en pantalla: la incapacidad de soltar el pasado para crear una obra enteramente nueva a partir de él.

Y es que la película está llena de momentos que llevan de inmediato a su primera parte. Mediante flashbacks, encuadres, reinterpretaciones y diálogos, esta secuela da más la impresión de ser una re-hechura que un auténtico ejercicio de continuidad efectivo como lo es la trilogía Before de Linklater, si de secuelas al paso real del tiempo se refiere. La autorreferencia no está escrita aquí como un genuino detalle de recuerdo, sino como una constante afirmación de que el legado de su antecesora permanece ahí veinte años después.

Así, Renton, Spud, Sick Boy y Begbie se reencuentran después de dos décadas por azares del destino para rendir cuentas, afianzar amistades y definir enemigos en conjunto con Veronika, una chica que se ve involucrada en el grupo principal de diferentes maneras para terminar siendo protagonista. Los vemos empecinadamente recordando su pasado, haciendo manifiestos sobre tecnología que suenan sosos e incluso recreando escenas. Han pasado veinte años desde que Renton se fue con el dinero y los involucrados no han cambiado de ninguna manera.

Esa parece ser la premisa principal de la cinta: un recordatorio de que las personas no cambian, de que por más que corra el tiempo frente a nuestros ojos, la naturaleza propia permanece intacta. Así lo demuestra Boyle con secuencias narrativas que comienzan en la infancia de los protagonistas, pasan por la adolescencia de Trainspotting y culminan en la actualidad de la segunda parte. Y por más enriquecedor que todo eso pudiera sonar, no sucede mucho en cuanto a acciones se refiere.

Afortunadamente por cada empeño en reconstruir su primera parte, aparecen un par de gestos técnicos que vale la pena atesorar y una canción para disfrutar. Boyle coloca la cámara en lugares estratégicos para crear un dinamismo que, ese sí, se siente como un genuino homenaje a aquel que lo llevó a la gloria veinte años atrás. Sus POV’s son tan acertados como los mejores de Breaking Bad hace unos años y sus cortes son una reminiscencia a aquellos inolvidables del pasado. Si el fondo fuera tan ambicioso como la forma, habría sido una secuela para apreciar.

Sin embargo el ejercicio de nostalgia la convierte en un éxito rotundo casi inmediato. Parte del triunfo social de su antecesora es su capacidad para enfrascar la adolescencia del mundo y haber aparecido en el momento y lugares correctos. Ésta segunda parte no es tan distinta, pues le habla directa y cínicamente a aquellos que estuvieron ahí para recibirla. Si, como decía Jacques Rivette, “cada película es un documental de su propia fabricación”, en T2 Trainspotting no vemos otra cosa sino la representación del estado actual de todos detrás de ella: el añoro, la nostalgia por los mejores tiempos.

Por Joan Escutia (@JoanTDO)

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