Toy Story 3: Atacando el subconsciente

Desde su inauguración, Pixar se convirtió en la casa productora más vanguardista que habitaba en Hollywood, no sólo por su uso de la tecnología, sino por la profundidad de sus historias. Su primer largometraje, Toy Story (1995), demostró que el éxito de una película no residía en sus actores, ni las voces que los interpretaban –que en inglés incluyen a Tom Hanks y Tim Allen–, sino en un guión bien construido y lleno de personajes entrañables.

Toy Story 3 llega al DVD y Blu Ray tras estrenarse en medio de un verano que se vio invadido por una muy pobre oferta en las salas de cine –obviamente planeada por las distribuidoras–, lo que derivó en que la última entrega de Pixar haya sido la película más taquillera del país –porque internacionalmente no hay quien alcance a Avatar.

Pixar tiene una larga historia de hacer pasar cintas para adultos como simples atracciones infantiles. (Si no quiere destruir sus recuerdos infantiles, no continúe con la lectura, me recomendaron darles la advertencia). Analizando toda la filmografía de Pixar, podemos comprobar que gustan de verdaderos traumas familiares o individuales: Los Increíbles relata la historia de una familia terriblemente disfuncional  al borde del divorcio, derivando en la ruptura del núcleo más primario de todo ser humano; Buscando a Nemo nos habla de un niño con una severa discapacidad motora y, no siendo suficiente, tampoco tiene madre –literalmente–, y para acabarla de amolar, es separado de su único sostén, su padre; Up, plasma el abandono, el maltrato y el olvido –económico y familiar– que sufren la mayoría de las personas de la tercera edad alrededor del mundo, además de que se desenvuelven en una sociedad que por sistema prefiere ignorarlos (si no produces ya no eres necesario); Monsters, Inc. tiene como personaje principal a una niña que vive atemorizada del mundo real, además de que sufre abandono por parte de los padres y que, como única salida, imagina todo un mundo de criaturas que viven en su armario; esto es sólo un ejemplo de las historias que son tratadas en los guiones de Pixar, que en todas las cintas derivaban en grandes libretos –exceptuando Cars y Bichos.

Para la tercera entrega de Toy Story, el comienzo de la cinta adelanta una historia bastante fuerte (emocionalmente hablando), pues somos testigos de una de las fantasías de Andy en la cual sus juguetes son los protagonistas; después avanzamos y vemos a Andy a través de la lente de una cámara casera, único lazo con su infancia olvidada, ya que ahora tiene 17 años.

Antes de ver la película, un sinfín  de conocidos me lanzaron adelantos de lo que iba a contemplar: desde dinosaurios homosexuales, hasta la muerte de uno de los juguetes y, por sobre todas las cosas, lágrimas, muchas lágrimas. Al final, todo resultó falso.

Sé que, al final del día, Pixar es una casa productora dedicada a hacer películas para niños y esto sólo se remarca por el hecho de que Disney es ahora el dueño de la empresa, lo que deriva en que ninguno de los personajes encuentre un fin trágico.

Michael Arndt, guionista de la película, nos ofrece una trama basada en el cambio de vida que tendrá Andy debido a que próximamente dejará su casa y marchará a la universidad.

Obviamente, a esa edad, al muchacho ya no le resultan entretenidos sus juguetes y los tiene arrumbados en un cajón –bueno, los que todavía conserva–, los juguetes a su vez pasan sus días ideando formas de cómo llamar la atención de su dios.

Obviamente, el hilo conductor está enfocado a todos los adultos jóvenes que vieron la primera parte de la trilogía cuando eran unos infantes y ahora, al igual que Andy, han crecido. Los retos a los que se enfrentan son diferentes, y en algunos casos, iguales a los de Andy, quien tiene que abandonar su hogar para terminar su educación y volverse un adulto productivo.

Es aquí donde entra en juego el subconsciente.

La generación de niños que vio Toy Story está marcada por varios fenómenos sociales: el control de natalidad, lo que deriva en familias nucleares en muchas ocasiones con un sólo niño; el alto índice de divorcios; padres que se ven en la necesidad de trabajar y que encargan a la criatura, en el mejor de los casos con la abuela o con la tía; todo esto potencia los problemas de abandono y falta de atención en muchos niños.

Así, al ver Toy Story 3, encontramos a toda una generación de niños-adultos que proyectan los problemas de su niñez en los juguetes de Andy. Esta proyección e identificación, hace un puente con el inconsciente y despierta recuerdos reprimidos.

Y durante el transcurso de la película, esto se hace más evidente, desde que nos damos cuenta que la secuencia inicial es sólo una fantasía infantil, hasta que los juguetes son salvados de ser derretidos, por una garra.

Si a eso le agregamos que cada uno de los muñecos refleja arquetipos de personalidad –el dinosaurio es el clásico amigo miedoso que todos hemos tenido alguna vez en la vida–, la conexión con el inconsciente se torna aun más evidente. Por ejemplo con el Oso Lotzo, el cual es malo, no por naturaleza, sino por alguna experiencia de vida, como cientos de niños alrededor del mundo, que se dedican a molestar a los demás como salida a sus problemas interpersonales.

Todo esto en conjunto hace que el espectador no note algunas fallas presentes en el guión, empezando por la  forma en que los juguetes salvan la vida, siendo la garra que surge del cielo –como un dios– uno de los giros de tuerca más previsibles de toda la filmografía de Pixar. Si querían causar verdadera angustia en el público, debieron dejar que alguno de los personajes muriera –aunque, como se trata de una película para niños eso nunca iba a pasar.

La repetición de trama y personajes es, de la misma forma, un error de Pixar. En la segunda parte, por un error del destino, los juguetes deben salvar a Woody de una vida lejos de Andy, mientras que, en la nueva entrega, Woody les regresa el favor, sacándolos de una guardería donde seguramente perecerán lejos de su dueño. En cuanto a los personajes, el Oso Lotzo, a pesar de que es un villano bien dibujado y desarrollado a lo largo del filme, algunas de sus facetas recuerdan a Síndrome, el némesis de Mr. Increíble, quien, ante el abandono y rechazo de su ídolo, se vuelve malo –podemos agregar que Lotzo tiene un ligero toque del Oloroso Pete, quien aparece en Toy Story 2.

Esto debería de ser preocupante para las cabezas que dirigen Pixar, pues hasta la fecha, se habían distinguido por entregar filmes de muy buena manufactura, pero los pequeños detalles que evitan  la perfección de Toy Story 3 pueden ser el principio del fin. La falta de dinámica y evolución sólo provocarán retrocesos. Si a esto le sumamos el anuncio de la producción de las secuelas de Cars y Monsters Inc., el panorama comienza a lucir sombrío. Pero podemos rastrear el problema no sólo en Pixar, sino en toda la industria hollywoodense que, últimamente, sólo encuentra originalidad en pocos directores que verdaderamente arriesgan (Christopher Nolan y Spike Jonze, entre otros); los estudios prefieren jugar a la segura con franquicias que cada vez lucen menos atractivas, pasando por Shrek 4 y Sex and the City 2. Ojalá Pixar encuentre el camino nuevamente.

Mientras eso sucede, los consumidores de entretenimiento casero alrededor del mundo, seguirán llorando con Toy Story 3 al verse afectados subconscientemente por lo que están viendo.  Un porcentaje mucho menor es gente amargada que no llora en el cine –como el autor de este texto– y los que sobran, simplemente les gusta soltar el moco cuando ven alguna película.

Por Rafael Paz (@pazespa)

P. d. Lo mejor es que Andy regaló sus juguetes, sino esto, fácilmente se hubiera convertido en la precuela de Virgen a los 40.

    2 Responses

    Leave a Reply