Tinta bruta: soledad en un amor luminoso

Tan intensa y cruda como la misma violencia que ha sufrido la comunidad LGBTQ+ en su historia, Tinta bruta (Hard Paint, 2018) comprende el odio y el disgusto social con el que se ha tratado históricamente a las personas “distintas” por su sexualidad.

Los directores Marcio Reolon y Filipe Matzembacher entienden lo que es vivir en una sociedad que te señala, te golpea, te odia, te manipula hasta conseguir que hagas aquello que no deseas. Los realizadores toman una clara postura ante la situación, los personajes, y la intimidad entre ellos, crean un amor tan vulnerable que sólo podría nacer del odio.

La película está dividida en tres capítulos que inician con la partida de la hermana de Pedro (Shico Menegat) del apartamento que comparten. Por las noches, Pedro toma una personalidad virtual llamada NeonBoy que se dedica al entretenimiento erotico para adultos. Leo (Bruno Fernandes), un imitador, aparece y lleva a Pedro a un amor inesperado.

La fotografía de Glauco Firpo captura el aislamiento y la soledad gracias a sus imágenes oscuras llenas de pintura luminosa. Pedro es un hombre de pocas palabras y sus interacciones con otros se limitan a los llamativos “pops” de su computadora portátil que anuncian un nuevo mensaje, alguien observando o siluetas sin rostro. La computadora brilla con cada notificación, señal de que a alguien le importa la existencia de Pedro.

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Su soledad proviene de la homofobia, el acoso escolar y una ciudad que se derrumba entre siluetas que miran desde edificios que se hunden cada día un poco más en el suelo. Dificultades que debe enfrentar al ser gay en una sociedad cerrada.

Si bien Brasil tiene una reputación liberal, la cultura de “machismo” imperante en Latinoamérica y la influencia de la iglesia católica lleva a la comunidad LGBTQ+ de dicho país a seguir enfrentándose con un entorno hostil. Documentales como Obscuro Barroco (2018), de Evangelia Kranioti, cuentan la terrible homofobia de las noches brasileñas, llenas de miradas prejuiciosas y ataques de rabia… incluso en los días festivos. La turbulenta rabia los aniquila por completo.

El dúo de directores construye una tensión constante que lleva a los dos protagonistas a través de ruidos incómodos (tráfico, tormentas…) y personajes envueltos en sombras, siempre mirando, como si estuvieran al acecho, a punto de hacer algo malo.

El discurso de Hard Paint advierte de los peligros de vivir en una sociedad en donde te matan por tu sexualidad. También construye buenos momentos de erotismo en los que la película brilla muchísimo, gracias a la intimidad que logran los actores. Sus cuerpos se cubren de pintura luminosa, se tocan, bailan uno encima del otro, pelean, se desean y sienten un mar de emociones gracias a esa misma pintura. La belleza de estas secuencias no abandonará fácilmente la mente del espectador porque la manera en que reflejan tanta intimidad y armonía al interior de una habitación oscura, alejada del odio. Un lugar seguro porque hay amor.

Quizás el ritmo de Tinta bruta no permita disfrutar por completo del viaje, porque su cadencia lenta se toma su tiempo para desarrollar a sus protagonistas. Hay secuencias repetitivas, pero la tensión y el estudio de personaje hacen que esta película vaya más allá en su comentario sobre la soledad, la homofobia y el amor.

Por Alex Guax (@Alex_Guax)