‘Tierra de cárteles’ o el eterno retorno

Es complicado encontrar entre tanta literatura de narcotráfico alguna novela que no parta del lugar común, de la violencia gratuita y del snobismo.  Tal vez La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo, desde una narración irónica, amorosa y contradictoria, pueda llevarnos por derroteros distintos. O en términos cinematográficos, rebasar al antihéroe-puedo-contra-todos que permanece en el maniqueísmo (600 millas, Gabriel Ripstein). Sabemos que el narcotráfico es inabarcable, igual que su vínculo con el gobierno. Es imposible liberar la sensación de vértigo e impotencia en una secuencia donde el líder cae muerto, porque en la praxis la violencia y la organización nos rebasan.

El documental de Matthew Heineman (Mejor Director y Mejor Fotografía en el Festival de Sundance 2015) abre con una toma nocturna. Gente armada baja de camionetas con utensilios para cocinar metanfetamina. La oscuridad, el lugar por excelencia de lo ilegal, la maldad y lo maldito. A lo largo de la narración, será difícil mantener una postura; las transiciones entre extremos conceptuales como legalidad-ilegalidad, estado de derecho-estado de excepción (Carl Schmitt), violencia mítica-violencia divina (Walter Benjamin, 1921), serán transgredidos por condiciones materiales, éticas y pasionales. El trabajo de Heineman se mantiene firme, sin concesiones: en  la primera secuencia los cocineros, a cuadro, manifiestan que son parte de la policía. Su autoconciencia desarticula cualquier juicio previo: “Claro que hacemos daño, lo sabemos, pero si no tienes dinero ¿qué haces? […] [lo haremos] hasta que Dios quiera”. Su lugar en el engranaje de producción-protección gubernamental, lo tienen claro, pero saben también que es finito.

Después de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial, a propósito del juicio por genocidio a Adolf Eichmann,  Hannah Arendt analiza la defensa del teniente coronel nazi y establece una categoría para describir su conducta: la banalidad del mal. Eichmann, un receptáculo de órdenes, que sólo cumplía con el deber militar sin cuestionarse, sin criterio; un autómata sin contenido. Si quisiéramos dar esta lectura a los cocineros (y al narcotráfico), su autoconciencia nos lleva ya no a una banalidad del mal, sino a una indiferencia del mismo. Con grandes recursos cinematográficos (la oscareada Kathryn Bigelow como productora ejecutiva), Heineman reconcilia encuadres con narraciones. Uno de los momentos mejor logrados es el discurso del bien y el mal de Tim Foley mientras una cámara sobrevuela la división fronteriza; tomas de transición, cámaras al hombro, tomas aéreas que contrastan con el discurso: para hacer una investigación-espejo de dos vigilantes, de dos justicieros, no es necesario ser panfletario; la plástica del documental tiene momentos armoniosos y equilibrados. Politiza el arte.

En un juego dialéctico, el director galardonado nos narra el surgimiento de dos “vigilantes-justicieros”: Tim “Nailer” Foley en la frontera México-EUA y el doctor José Manuel Mireles, en Michoacán. Nailer vigila la frontera con Arizona (Arizona Border Recon) con la intención de capturar y luego llevar ante la policía fronteriza a cualquier persona que haga contrabando. Mireles, cansado de que los Templarios cobren derecho de piso, violen, secuestren, asesinen, descabecen y cuelguen a personas de la comunidad,  forma un grupo de civiles (autodefensas) para defender su municipio y liberarlo de los cárteles. Ambos asumen una posición que su gobierno no ha cumplido: la seguridad de su comunidad. Foley repatriaba inmigrantes, después busca cualquier actividad de cárteles. Mireles, en un estado de excepción, pregunta a la cámara: ¿Qué harías tú?

El lente de Heineman permanece en punto medio. Observa como lector atento funerales, dolor en forma de gritos y desesperación. Una madre pregunta, ya vacía de los ojos, más allá de la impotencia, quién hace justicia. Una cámara íntima y al mismo tiempo expuesta, siempre de forma dialéctica, sigue de cerca el surgimiento de las autodefensas en otros municipios de Michoacán, el auge del movimiento, la captura de templarios a manos de civiles armados en medio de balaceras. El rencor, la injusticia, la impotencia, el dolor, tiemblan con la cámara. En la frontera Norte, se mimetiza con la Arizona Border Recon y sus técnicas militares para vigilar lugares estratégicos. Heineman en entrevista expone que trata de vincular la violencia teórica (Arizona) con la violencia fáctica (Michoacán). Esta dicotomía prevalece a lo largo del filme; en el desierto no vemos disparar un arma contra otra persona, en Michoacán, en cambio, si no tienes un arma, no hay forma de defenderse.

Todo movimiento tiene una curva de descenso: la primavera árabe, #yosoy132, los autodefensas, es natural. Sin embargo, la conciencia ética y política deben prevalecer en la memoria. Culturalizar la contracultura, incorporar líderes de movimientos de resistencia, dar un uniforme de policía rural a las autodefensas, siempre ha sido la forma de desarticulación de movimientos civiles. Por ello, el filme cierra en la oscuridad, en el eterno retorno, en la circularidad sistemática. La oscuridad, el lugar por excelencia de lo maldito.

Por Icnitl Y García (@Mariodelacerna)

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