Tarde para morir joven y el fin de la infancia

«Ahora no entiendo bien la libertad que entonces gozábamos. Vivíamos en una dictadura, se hablaba de crímenes y atentados, de estado de sitio y toque de queda, y sin embargo, nada me impedía pasar el día lejos de casa (…) con arrogancia o con inocencia, o con una mezcla de arrogancia e inocencia, los adultos jugaban a ignorar el peligro, jugaban a pensar que el descontento era cosa de pobres y el poder asunto de ricos, y nadie era pobre ni era rico, al menos, no todavía», escribe Alejandro Zambra en Formas de volver a casa, una historia que sucede unos cuantos años antes de la caída de la dictadura de Augusto Pinochet.

Tarde para morir joven, la nueva cinta de Dominga Sotomayor, se desarrolla justo después de esta caída. Lo que tienen en común estos dos relatos es su enfoque en las historias de los personajes secundarios de la Historia (así, con mayúscula). Mientras suceden los grandes conflictos políticos y sociales, en momentos convulsos, de cambios, revoluciones, transiciones, hay adolescentes viviendo sus primeros amores e impulsos de rebeldía, hay niñas buscando a sus mascotas perdidas, hay anhelos y frustraciones que se juegan en un microcosmos que coexiste con las “cosas importantes”.

El ritmo holgado, distendido de la narración responde al humor vacacional de Sofía (Demian Hernández) y quienes la rodean. Lo que se nos muestra es un paréntesis en la vida. Faltan unos cuantos días para el Año Nuevo y en realidad parece no estar sucediendo nada más allá de eso. Los personajes en su ocio, al margen de un país y un tiempo, no hacen más que sentir desde la libertad. Completamente adolescentes, se rigen por sus deseos y frustraciones.

Cada quién tiene sus propias preocupaciones –el enamoramiento y desilusión del amigo de Sofía frente a la fijación que tiene ella con un chico mayor; el hartazgo de Sofía y su anhelo por irse a vivir a un nuevo lugar; la curiosidad de los niños por jugar juegos de grandes como fumar; la búsqueda desesperada de la perrita perdida…– pero ninguna de ellas pesa demasiado: al final, todo aquí parece un poco ilusorio, un poco intrascendente. Al final, el año nuevo llegará y nada habrá cambiado demasiado. Días nuevos llegarán y traerán consigo nuevos deseos, nuevas frustraciones.

Esto que vemos parece una burbuja al margen de la realidad; pero la realidad siempre nos alcanza de alguna manera. En Tarde para morir joven es el fuego –símbolo poderoso– el que irrumpe en la burbuja para despertar a los personajes de su letargo, para sacudir la inercia de los días de ocio. Toda vacación, toda infancia y toda adolescencia se terminan en algún momento. Siempre hay un paréntesis que cierra para dejarnos con nada más que la nostalgia.

Por Ana Laura Pérez (@ay_ana_laura)

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