Sundance: Dick Johnson Is Dead, la muerte para lidiar con la muerte

Para Chelito

Envejecer implica cierta reconciliación con la inminencia de la muerte. Cuando, además, existe una condición tan fatídica como es el Alzheimer, esta inminencia se convierte en una sentencia de desaparición progresiva, inevitable. Uno no sólo se morirá un día, sino que, antes de eso y con el paso del tiempo, irá perdiendo aquellas memorias que constituyen su identidad. ¿Qué queda de nosotros si perdemos el ancla que son nuestros recuerdos?

Tras el diagnóstico de Dick Johnson, su hija Kirsten Johnson decide buscar en el cine mecanismos para lidiar con lo que es, según sus propias palabras, el inicio de la desaparición de su padre. Dick Johnson es psiquiatra, así que está perfectamente enterado de lo que está sucediendo en su cerebro y de lo que le espera. En un acto rebelde y juguetón, hija y padre deciden hacer una película sobre la muerte de Dick Johnson montando una serie de escenas trágicas y filmándolas. Entre ensayos, sangre falsa y dobles, vemos a este viejito encantador morir una y otra vez al ser aplastado por un aire acondicionado que se desprende de una pared, ser atropellado, o ser golpeado por una viga cargada por un trabajador descuidado. La ficcionalización –y espectacularización– de su muerte sucede a la par de la muerte más larga y menos impresionante que realmente está atravesando. Ver Dick Johnson Is Dead es como ser testigos de las últimas veces que un padre jugará con su hija mientras todo lo demás se desmorona.

Por si esto no fuera suficiente, Kirsten monta también un funeral falso y un cielo donde Dick conocerá a Dios y se cumplirán sus más profundos anhelos. La escena del funeral se torna extrañamente conmovedora cuando el mejor amigo de Dick dice unas palabras entre sollozos incontrolables mientras el supuesto muerto se asoma por una rendija y se burla un poquito de lo comprometido que está con su papel. En el cielo, por otro lado, un montaje muy teatral reúne todo lo que significaría haber llegado ahí para Dick: un lugar donde puede comer todo el chocolate que quiera y volver a bailar con su esposa.

En algún momento de la narración en off, Kirsten recuerda que su madre tendía a voltear a otro lado cuando había cosas dolorosas de ver. El ejercicio que la cineasta lleva a cabo en Dick Johnson Is Dead parece ser, de manera paradójica, algo muy parecido a esto. El juego que comparte con su padre convierte la idea de la muerte en algo muy distinto a aquello que realmente está sucediendo dentro de su cerebro, distrayéndolos –hasta donde se puede– del progreso de su enfermedad y ayudándoles así a lidiar con ella.

Si el acto de amar contiene siempre un miedo a la pérdida, ver cómo el ser amado es cada vez menos la persona que fue es tal vez la peor encarnación de este miedo. Hay, sin embargo, algo que prevalece a pesar de que los recuerdos concretos se diluyan: aunque el enfermo cada vez esté menos conectado con el mundo material que lo rodea, seguirá encontrando un sensación de refugio en los seres amados. Hay un vínculo inasible que ni el tiempo ni la enfermedad pueden aniquilar: más allá del juego y la complicidad, Dick Johnson Is Dead es un esfuerzo por aferrarse a esto hasta el último momento. La realizadora recurre al cine no sólo como mecanismo de fabricación sino como registro de este vínculo para la posteridad, convirtiéndolo así en la única estrategia de resistencia posible frente a la desaparición final. El cine como vehículo y resguardo de un largo adiós.

Por Ana Laura Pérez (@ay_ana_laura)