Somos lo que hay: el cineasta se pone el pie

Los caníbales son un tema escabroso en la cinematografía mundial, hay pocas películas que traten sobre el tema de manera seria y como metáfora de una sociedad que se come a sí misma, una sociedad tan salvaje que se consume y se destruye, eso trata de ser Somos lo que hay (Jorge Michel Grau, 2010).

Con ecos que recuerdan a la primera parte del cuento La Fiesta Brava de José Emilio Pacheco, la historia de Somos lo que hay se centra en una familia de caníbales de la Ciudad de México cuya unidad familiar se fragmenta ante la muerte del padre, quien era el líder del clan.

Al igual que otra película mexicana estrenada este año, Abel (Diego Luna, 2010), el drama en la película se basa en la ausencia de la figura paterna y como sus miembros tratan de llenar ese espacio sin éxito, en el filme de Diego Luna Abel se convierte en una caricatura de Pedro Infante para que la familia se mantenga unida, en la cinta de Grau el conflicto de exacerba debido a que el que debería tomar el control, Alfredo (Francisco Barreiro), es el hijo mayor pero su carácter débil le impide dirigir a sus consanguíneos, inclusive es controlado por su hermana que al ser mujer no puede ser la líder.

De esta forma transcurren dos tercios de la película de muy buena manera, los problemas comienzan para el director y guionista de la película hacia el ocaso del largometraje.

El problema radica en el guión, el clímax se desdibuja por que el punto de tensión que es el ritual de canibalismo se posterga, provocando que el espectador pierda el interés, además de que se torna evidente que Jorge Michel Grau todavía no cuenta con el oficio suficiente para cerciorarse de este impedimento y resolverlo, derivando en un final – sinceramente– muy malo.

Los problemas aumentan cuando las subtramas no se desarrollan, dos ejemplos de esto son el incesto y la ineficiencia policial. En el primero, la trama sugiere que hay cierta atracción entre Sabina (Paulina Gaitán) y Julián (Alan Chávez), pero al avanzar se pone de lado y el director/guionista olvida explicarlo. En el segundo, los policías que resultan ser un mero pretexto para que se presente un tiroteo, además de que hablar de ineficiencia policial en una película mexicana ya suena a cliché.

Y son esos últimos treinta minutos de celuloide los que tiran por la borda todo lo que se construye durante la primera hora, lo rescatable es que es la primera película de largo aliento de Grau, habrá que esperar –si, es que llega– por nuevo trabajo para juzgar si aprendió de sus errores, hay mucho espacio para mejorar.

El grupo de actores tampoco ayuda en demasía, todos entregan actuaciones regulares. Destaca el homenaje que se hace a Cronos (1993) de Guillermo del Toro reviviendo a dos personajes, Tito y el gerente de la funeraria, encarnados por Daniel Giménez Cacho y Juan Carlos Colombo.

Es de agradecerse que nuevos cineastas mexicanos traten de abordar temas nuevos en sus cintas, como en este caso el canibalismo, y que no apuesten por seguir copiando el estilo contemplativo de Carlos Reygadas o Fernando Eimbckie, esté es el futuro del cine nacional. No importa que solos se pongan el pie.

Por Rafael Paz (@pazespa)

P.D. Será necesario que contrate a un buen continuista. Cualquiera que conozca el metro de la Ciudad de México sabe que si abordas el convoy en la línea verde en la estación de Viveros dirección Universidad, resulta imposible transbordar y terminar en Insurgentes (línea rosa).

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