‘Simón del desierto’: La humilde soberbia del asceta

Dios es el padre silente que atormenta a sus hijos respecto a sus verdaderos sentimientos, sumido en duda por la imperiosa necesidad de saber si ese padre nos ama, así como de hacer todo lo posible para demostrarle eterna pero rencorosa devoción. Simón, el asceta anacoreta, se propone postrarse sobre un pilar durante seis años, seis meses y seis días, pero debe vencer a la tentación de una arrebatadora fémina que se hace llamar “El Diablo”. Un Edipo católico y pervertido que desea el amor de su padre mediante el desprecio de la satanizada madre.

El maestro aragonés Luis Buñuel, durante su estancia en México, colaboró con el productor Gustavo Alatriste para diversos proyectos, uno de los cuales fue el atropellado proyecto Simón del desierto (1965), concebido originalmente para ser un largometraje, pero que debido a problemas de financiamiento quedó como un fantástico mediometraje. El formidable Claudio Brook interpreta al asceta que se enfrenta a la hipocresía de monjes, entre ellos Enrique Álvarez Félix, el hambre y el cansancio en su búsqueda de Dios, pero su enemigo más grande no es el Diablo, literalmente encarnado por una deliciosa Silvia Pinal, sino su propia soberbia.

Desde su pilar, que desde su pequeñez cree que lo acerca a Dios, Simón “interpreta” la palabra de Dios, predica y cree que su ascetismo lo pone por encima de los demás. Pareciera ser que, para Buñuel, la tentación del Diablo materno, sea enseñando los senos o posando como candente colegiala es una necesaria invitación a la realidad. El ascetismo es la forma más humilde de pedantería, una postura religiosa tan válida como el frenético exceso. Todas son formas válidas de acercarse a Dios, quien lo hace en silencio, y sin atisbos de muda espectacularidad hace una comunión genuina, pero Simón exhibe en imponente falo su negativa a ser humano por un período verdaderamente satánico.

Al final, un veloz anacronismo nos lleva hasta los “tiempos modernos” en los que no existen ascetas ni diablos, sino posturas ideológicas, mundanas y esnobistas que dialogan en estridente concierto y un baile pomposamente llamado “Carne Radioactiva”, el más reciente y el último. Acercarse a Dios resulta en un prolongado sufrimiento en solitario, uno que no alimenta el cuerpo y que podría alimentar el espíritu, si no fuera por su egocentrismo, tan grande que lo engaña y lo ciega. Simón no está más cerca de Dios que el mismo Diablo; él esta más cerca de sí mismo que de nadie más.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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