RMFF | ‘Nymphomaniac’: El llanto del clítoris

Los genitales femeninos han sido objeto de alabo y vejación a lo largo de la historia, desde el origen del pecado en el mito bíblico de Adán y Eva hasta ser sórdidamente reivindicado en la famosa pintura de Courbet, El Origen del Mundo. La vagina es tan vulnerable como es visualmente agresiva y cuando sus labios se abren para recibir extraños invitados, su gracia se cae, como si las puertas de ese impenetrable templo fueran sinónimo de perdición y degradación, una noción que parece empujar el más reciente trabajo del provocador cineasta danés Lars Von TrierNymphomaniacpomposamente dividida en dos episodios y ocho capítulos.

Desde los primeros cuadros del filme, Von Trier sintetiza la historia de Joe, una irredenta ninfómana que desde pequeña usa el sexo como pervertida motivación, mediante la lluvia que cae sobre el cuerpo inconsciente de nuestra protagonista, lo más sutil y delicado que habrá de golpearla. En este momento, Joe (Charlotte Gainsbourg) es rescatada por Seligman, un letrado asexual interpretado por el gran Stellan Skarsgard, quien habrá de escuchar el periplo de la gata herida.

La historia tiene una estructura basada en el fetiche; cada objeto en el departamento de Seligman, comenzando con un anzuelo ginecológico (nymph) que habrá de formar la imagen central del filme, construido con base en la metáfora del anzuelo, que ve al pene como un pescado ciego que de un bocado devora el anzuelo, que una vez fuera del agua se mueve frenéticamente. Glandes desdibujados y vulvas feroces son lo que alimenta el interés en Nymphomaniac, donde el sexo no rebasa el estado larvario, egoísta e impulsivo, y, por lo tanto, es incompleto y fugaz.

Se llega a manejar el concepto de la “perversión polimorfa” que atraviesan los niños, para quienes todo es placer, pero aquí existe poco más allá de un inflado y perpetuo orgasmo, aunque cuenta con secuencias logradas y estimulantes, como el capítulo llamado Little Organ Book, una aproximación visual de perspectiva sexual hacia el órgano de Bach y su principio del cantus firmus, una conjunción erótica tétrica y elegante. De la misma manera, la transformación de la ninfomanía de Joe se plantea de manera interesante: del frenesí exploratorio que culmina en aterradora anhedonia y se redescubre en sadeano rigor, a uno que destruye la carne y que empuja el placer a un lugar lejano y cuyo vacío sólo el dolor puede suplir; dolor que se convertirá en arma para destrozar, desde el deseo, a otros.

Después de su director, Nymphomaniac es protagonizada por Stacey Martin durante el primer capítulo y Charlotte Gainsbourg durante el segundo. Martin, la revelación de la cinta, interpreta a Joe como la núbil sombra de un deseo, una neurosis sin genealogía, con arrebatadora coquetería y destilado arrebato. Por otro lado, Gainsbourg, con su rostro desencajado y rasgos ya desdibujados presenta un acentuado contraste con la frescura ya perversa de Martin. Gainsbourg hace de sus colaboraciones con Von Trier un goce masoquista que, a estas alturas, y después del escarnio vivido en Antichrist (2009), realmente no necesita demostrar los retos que está dispuesta a asumir como actriz. Se alzan con memorables cameos y líneas Uma Thurman, Cristian Slater y Udo Kier, así como Jamie Bell (Billy Elliot, 2000), en el papel de un joven que propicia sesiones de placer sado.

Lo que Von Trier vendió como una “revolución de la gramática cinematográfica” no es más que una vulgar reedición de la seminal teoría del montaje del titánico cineasta y teórico ruso Sergei Eisenstein, aderazadas con algunos principios que vienen de Abel Gance y, por supuesto, los trabajos audiovisuales de Jean-Luc Godard (Histoire(s) du Cinema, 1989), que más que ilustrar ideas diferentes, son reiterativas con lo que estamos viendo. Vaya, hasta Deep Throat (1972) ya había experimentado, con mejor fortuna,  el “nuevo género” del cual el danés se ufana de haber creado.

El innegable talento del danés se ha ido pervirtiendo, de la misma manera que su amorfa protagonista, cegada por su enorme soberbia y creer en su arcaica novedad, cosa aun más grave, dado que se infiere que Von Trier conoce a la perfección el trabajo de Eisenstein y Godard; es como decir que una refinada caligrafía es una reinvención del alfabeto.

En Nymphomaniac el amor distorsiona las cosas, siendo que la vulva es una máxima ideológica que dilucida sobre las derrotas del pene mientras se contempla en un espejo que refleja el deseo primario: la posesión del padre. Esta cinta busca desesperadamente la trascendencia, insertándose referencias literarias, pictóricas, históricas, de manera similar a la que Joe inserta genitales masculinos en su dilapidada vagina, actos de un escándalo fácil y profundidad inexistente, una mera lubricación que busca parecer un sincero llanto. Pero un clítoris no es capaz de llorar; sólo de experimentar placer efímero.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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