Los alegatos en contra de la industrialización de la comida y sus procesos de producción tienden a resultar proselitistas, rayando en lo panfletario. Asociaciones en contra del maltrato de animales son capaces de mostrar mataderos, rastros y demás con tal de hacer escuchar sus ideas, de shockear con un sadismo digno de cualquier torture porn.
En su nuevo documental Holy Field Holy War (2013), el director de origen polaco Lech Kowalski teje un digno alegato en contra del asesinato químico e industrial en su natal campiña polaca sin caer en el amarillismo o en el sentimentalismo rampante.
Hace unos meses Kowalski nos dijo en una entrevist durante su visita al DOCS DF que sus películas son “…totalmente una reacción al statu quo, son una reacción a la cultura corporativa. Siempre he sido enemigo de la cultura mainstream porque sí, hay entretenimiento, pero también hay mentiras y todo está construido alrededor del hecho de que quieren que seamos consumidores”.
Holy Field Holy War sigue ese camino, con su cámara en mano Lech va construyendo un discurso de la situación. Arranca con la situación desfavorecida de los granjeros y pequeños propietarios contra las granjas más grandes y con mejores recursos. Se han visto en la necesidad de envenenar la tierra con químicos porque no hay otra manera de competir, tener hambre y necesidad de sustento no es pecado.
Incluso no parece haber otro camino para los habitantes de ese pueblito que parece sacado de una novela de Günter Grass. “No crece nada sin insecticidas”, dice uno y momentos después se lamenta de lo poco que genera aún con la inundación de químicos, las ganancias son marginales pero dan para mal vivir.
Además, la situación no parece tener una salida próxima. La gran transnacional Chevron encontró gas en la región y, a pesar de los reclamos, está haciendo su santa voluntad para comenzar la extracción del precioso recurso lo antes posible.
Hay horror impactante en las imágenes de Kowalski, un horror que ha estado presente en su obra. El impacto podría resultar incómodo para algunos espectadores -en la función a la que acudí más de una decena de personas abandonó su asiento-, pero justo para la reacción que busca el documentalista, una que califica como buena “…porque quiere decir que deben despertar y entender que hay cosas por ver que están pasando y que son importantes”.
Como el inevitable estiércol que expulsa una vaca, no hay escapatoria de la asfixiante pisada del “progreso”.
Por Rafael Paz (@pazespa)