Quizás el legado de la teoría del desarrollo sexual de Freud y toda su extensa investigación sobre la psicopatología ha sido toda una cosecha de explicaciones racionales sobre las conductas más perversas y oscuras que el ser humano es capaz de imaginar, fantasear o actuar. Se ha creado toda una tradición alrededor de la apropiación pública de los infiernos privados de los asesinos seriales y sus víctimas, existiendo una morbosa fascinación. Vista en el cine mexicano desde desde tiempos del Esqueleto de la Sra. Morales (1959) y que ahora llega a uno de sus puntos más cruentos con la opera prima del cineasta Lex Ortega, Atroz (2015).
Siguiendo los crudos trazos de su cortometraje homónimo, Ortega desentraña impulsos provenientes de la tiniebla y la mugre urbana más profunda, aquellos reprimidos por el aplastante ímpetu de corrección que rige los códigos de comportamiento pero que, en la visión de Ortega, esconden recalcitrante crueldad. En Atroz, el director presenta la historia de “Goyo” (interpretado por el cineasta mismo) en tres secuencias distintas y sus lindos videos snuff entre los que se puede ver, ahí nomás, una serie de aberrantes vejaciones a un transgénero, necrofilia, torcido incesto y actividades que involucran un dildo y un alambre de púas.
Apropiadamente catalogada como la película mexicana más violenta de la historia, más que un punto de venta, el mote debe ser considerado como una advertencia al espectador incauto o fan ocasional del found footage que espere ver algo apenas digerible. Lo que Ortega presenta en Atroz no tiene concesión alguna, la crudeza del material se ve acentuada por la calidad de los formatos y los niveles de degradación alcanzados llegan a ser físicamente extenuantes.
Adoptando el tono de la controvertida Kinatay (2009) del filipino Brillante Mendoza, el retrato del desarrollo de una profunda psicopatología alcanzado por Ortega resulta, brutal, sensacionalismo aparte, en su mayoría preciso y por momentos, dolorosamente cercano al horror doméstico que se vive en millares de hogares en el país.
Comenzando con el video del último crimen de Goyo y cerrando con el material que muestra la laceración de su psique, Ortega primero crea hacia el protagonista una abyecta repulsión que conforme se acerca el final se convierte en una distante empatía, después de todo, su temible Goyo no es más que la extensión de los demonios paternos y sus prejuicios que pasan del plano simbólico de recónditas fantasías a la más cruel realidad.
A pesar de sus logros y de su crecimiento como cineasta, Ortega falla en la resolución final del guión, diálogos y algunas actuaciones. Sin duda Atroz es una cinta que raspa la comodidad del espectador, que durante un espacio de tiempo es expuesto a lo que no esta dispuesto a ver o reconocer de sí mismo: la violencia y suciedad que habitan tanto en la esquina menos transitada como en el paraje de la mente más oculto, sea en cruento fotograma o en repulsivo pixel.
Por JJ Negrete (@jj¡negretec)