Reflexiones en un autocinema…

Mi primera noción de un autocinema proviene de Vaselina (Grease, 1978), en parte debido a que para el año en que tomé conciencia de la vida, los autocinemas habían dejado de ser algo chévere, y en parte por que de niño disfrutaba viendo Vaselina, ni como negarlo.

En Grease era posible ver cómo los chicos buena onda llegaban al autocinema, intercambiaban piropos, insultos, palomitas y, seguramente, en algún coche en el fondo, besos y caricias. Parecía, al ver a esos muchachos, que lo más importante era lo que pasaba alrededor de la proyección y no la película en sí. Así que con ése único recuerdo en mente, y como buen adicto al cine, mis hormonas saltaron cuando se anunció la inauguración de un autocinema al sur de la Ciudad de México.

He asistido a tres funciones del Autocinema Coyote, la primera para ver La Mosca (The Fly, 1986); la segunda, Viernes 13 (Friday the 13th, 1980), y la tercera Miedo y asco en las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas, 1998). Las tres cintas es posible conseguirlas en cualquier local de rentas o en la tienda esa de Slim que está en todas las plazas, así que el ver cine ‘underground’ o de difícil acceso no es el objetivo principal del autocinema; descartémoslo.

Vaselina no mentía: ir al autocinema no es sobre cine, sino una cuestión de atmósfera. Cada que he asistido hay algún coche que tiene mejor ambiente que cualquier partido de octavos de final, donde pierde la selección. Además, los señores del Autocinema Coyote se encargan de brindar espectáculo a parte de la película (concursos de baile, concursos de disfraces, un tipo disfrazado como Jason –aunque no aparezca sino hasta la segunda parte de Viernes 13–, sillas afuera de los coches –lo cual equivale a pedir una guajolota y quitarle el bolillo–, etc.).

Como bien lo dicen los muchachos que manejan el establecimiento, asistir es poder hacer todo lo que en una sala oscura sería visto con malos ojos: aventar palomitas, llevar tus tortas de huevo con chorizo y que el de a lado no se moleste, sacar el Perro Bermudez que tienen dentro y comentar cada acción de la película, echarse un pitillo, en fin las posibilidades son infinitas y las reglas del local son el límite.

Asistir al autocinema es entender por qué dejaron de ser funcionales a gran escala. Estar sentado más de dos horas en un coche puede derivar en un problema circulatorio y no se compara a las modernas butacas de algunos cines, las bocinas fallan y ni hablar de pedir sonido surround. Por eso, se entiende que funcione para ir a echar desmadre con los cuates y que la película importe, pero no tanto.

Nadie me pidió sugerencias, pero aquí va una: programen más serie B. Si hay un género que se preste para hacer bullicio, como dice Homero Simpson, ése es el serie B. Pero al final es sólo una opinion.

Yo, mientras tanto, me peinaré mi copete, me pondré una chamarra de cuero y cantaré como Danny Zuko en el drive-in: “Stranded at the drive-in / Branded a fool / What will they say Monday at school?”. Porque, aceptémoslo, volveré a ir al autocinema.

Para más información del Autocinema Coyote pueden visitar su sitio web http://autocinemacoyote.com.

Por Rafael Paz

Publicado previamente en Esto no es una reseña de el periódico El Financiero. 

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