‘Pulp: una película sobre la vida, la muerte y los supermercados’

Cuando el rock y el pop favorecieron una nueva forma de ascender de clase social, la celebridad, el capitalismo cuajó y creó una nueva cultura. En los años 60 la música que gustaba a las masas convertía a sus creadores en estadistas de la vida moderna. El músico hecho figura pública revelaba una educación pobre, un pensamiento hedonista y narcisista, y un resentimiento a la clase rica que ahora se dignaba a mirarlo y, más importante, a recibirlo. El rock, en sus inicios, fue en cierta medida adverso a la gente común. Por ello culminó su primera gran época, de principios de los 60 a alrededor de 1977, con las experimentaciones más extravagantes del rock progresivo. El punk lo regresó a sus raíces de clase trabajadora, donde permaneció, con sus excepciones, como lo demostró en los 90 el britpop.

Celebración de la vida londinense y su periferia; crítica inconsciente de las desigualdades evidentes aun hoy en Inglaterra, el britpop fue un momento grandioso para la gente común de la que suele hablar en sus letras el excéntrico Jarvis Cocker. El everyman que celebró James Joyce en Ulises volvía a la primera plana con personajes como los hermanos Gallagher, pero fue Pulp, la banda de Cocker, la que rescató a su gente de la abstracción en la que caerían otros como Blur y Suede, los miembros más clasemedieros del contingente. En la música retro de Pulp, con sus anticuados sintetizadores y sus ritmos en ocasiones plagiados de Mecano y Laura Branigan, el everyman encontró algo más que un recuerdo de cuando las rodillas fallaban menos: un irónico retrato de sus frustraciones.

Pulp: una película sobre la vida, la muerte y los supermercados (Pulp: a Film About Life, Death & Supermarkets, 2014) es un intento de expresar esa relación indivisible entre la banda y su audiencia, pero también con un personaje ausente del título: Sheffield, la pequeña población donde nació Pulp. Sin embargo, me refiero a la cinta como intento porque su director, Florian Habicht, es incapaz de explorar a cabalidad los innumerables apéndices de un tema tan vasto como un grupo musical exitoso. Más bien, la película es una compilación de interesantes retazos sobre la vida en Sheffield, la enorme personalidad de Jarvis Cocker, el atractivo de sus letras para sus admiradores y el retorno de Pulp a su hogar. No conocemos la complejidad de cada uno de estos temas, sino la complejidad misma de intentar abarcarlos todos en hora y media, pero sin que ello reste lo fascinantes que son, sobre todo en la relación con el público.

El fanatismo de los entrevistados oscila entre lo sorprendente, como en el caso de una simpática anciana que prefiere a Pulp que a Blur, y lo conmovedor, como una joven estadounidense que viaja a Sheffield para ver a su banda favorita. Al final, su sonrisa está blindada contra el necio entrevistador, que insiste en recordarle la realidad: en unas horas volará de vuelta a Georgia, donde la esperan su hijo, su trabajo como enfermera y su soledad como madre soltera. “Jarvis canta sobre mamás solteras, así que…”. Pulp, como cualquier intérprete para sus fanáticos, es algo más que un entretenimiento, una diversión o un escape: es un encuentro con la compasión de alguien que nos mira y nos escribe una canción que nos hace sentir acompañados. Ya sea que The Who nos comprenda en nuestra adolescencia; Bruce Springsteen en nuestra pobreza; Joy Division en nuestra desesperación, la emoción de escuchar un tema que creemos nuestro es universal, y capturarla es el triunfo de Habicht. El grupo de ancianos que canta y se alivia con “Help the Aged” en un asilo lo afirma y lo suma.

La complejidad de los otros temas de Pulp: una película sobre la vida, la muerte y los supermercados tendrá que ser ahondada por sus espectadores. Cocker permanecerá como un personaje y no como un individuo complejo. Durante una entrevista, el cantante recibe la pregunta más interesante en la película: “¿Estás actuando ahora?”. Cocker se pone nervioso y responde que sí, a final de cuentas lo están grabando. Los demás miembros de la banda seguirán siendo sombras: músicos intrascendentes bajo la sombra de Cocker, irónicamente el menos común de esta banda de everymen. Como un concierto de la banda, el filme se resume en la comunión entre los asistentes y su chamán anormal; su estadista de la normalidad. En ese encuentro, la individualidad se diluye y el músico ve que, como lo sugería Joyce en Finnegans Wake, Here Comes Everybody: ahí vienen todos.

Alonso Díaz de la Vega  (@diazdelavega1)

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