‘Poltergeist’: Lo que hay es lo que ves

Todos conocemos la historia de Poltergeist: una casa embrujada, una niña perdida, dimensiones paralelas; cabe aquí mencionar que la versión original, dirigida por Tobe Hooper (1982), también es una adaptación, una relectura de un capítulo de la Dimensión Desconocida titulado The Lost Girl, que fue escrito por Richard Matheson, basado en un cuento escrito por él mismo. Entonces llegamos a un punto extraño, Poltergeist de 2015 (Gil Kenan) es una copia de varias copias que han existido de una misma historia. Copia en el mejor sentido de la palabra, copia en el sentido de que la originalidad no estará presente en alguna de las versiones, puesto que su origen ya está muy alejado en el tiempo, y se ha mantenido ahí, como piedra angular de todo lo que vino después.

Algo en común que tienen la cinta de 1982 y la de 2015 es el uso de la tecnología en su narrativa. Ambas Poltergeist hacen uso de los respectivos avances tecnológicos de su época, y de cómo estos afectan a la vida cotidiana. La televisión es uno de los artículos importantes en ambas historias, y no es gratuito. La televisión se ha convertido en un artilugio importante para la casa y la familia. Juega su papel de villano al separar a la madre de la hija, pero también juega su papel de vaso comunicador entre una y otra; la pregunta está en el aire: ¿La tecnología nos une o nos separa, nos hace ser mejores o peores, crea relaciones o las destruye?

Pero la tecnología tiene vericuetos, y su principal problema es que confiamos ciegamente en ella. No creemos que nos falle, pero falla. Ahí comienzan los problemas. Confiamos en que nos resolverá todo, pero lo único que hace es volvernos codependientes de las alarmas, los celulares, de los vehículos, de la televisión misma. ¿Qué nos queda cuando todo falla; otra vez regresar a la austera condición humana?

Ambas tramas también nos hablan de la vida y de la muerte, del descanso eterno, del alma. Ideas religiosas que parecen no tener cabida en un mundo moderno, ideas que parecen arcanas, húmedas, olvidadas. A nadie parece importarle ya a dónde vamos, y de dónde venimos; ideas muy dogmáticas, y sí, muy spielbergianas, pero que no hacen más que delimitar una postura política y cultural acerca de la vida y la muerte. No es casualidad que sea una familia la que se vea afectada, una familia pequeña, de clase media, de los suburbios. En ambas cintas nos es más importante conocer primero la rutina familiar que el terror mismo que englobará la trama: un preámbulo de varios minutos donde la familia se vuelve la nuestra, donde los personajes nos muestran sus relaciones y personalidad, donde creemos y nos encariñamos, nos identificamos. La familia, esa pequeña sociedad tan cuidada y atacada, es el núcleo, es la base, es lo que vale la pena destruir, pero también conservar.  En la mayoría de las cintas actuales de terror, como por ejemplo Annabelle (2014), Mamá (Mama, 2013), El payaso del mal (Clown, 2014) vemos una tendencia a atacar a la familia y salvarla; tener un personaje ajeno que lo ha perdido todo, léase su propia familia, y está dispuesto a entregarse por salvaguardar a una, que le es ajena, pero que significa la continuación de lo bueno, lo correcto y lo sano.

Así empiezan los problemas de nuestro actual Poltergeist cuando no logra alejarse de la tendencia actual del cine de terror, cuando cae en convencionalismos de sustos sin sentido, de homenajes a los japoneses, y de escenas que se pudo haber ahorrado. No es una cinta mala, ni tantito. La mayoría del tempo es sólida, con una puesta en escena que juega con lo que ya sabemos y que no termina por sorprendernos, pero sí mantenernos al filo de la butaca. Momentos de terror franco que juegan con elementos y ritmos ya bastante ajenos a la cinta original, pero que le hacen digno homenaje. La primera mitad del film, la del planteamiento del problema, llega a ser perfecta. La segunda mitad es interesante, diría que buena, pero termina por caerse, por ser convencional y sin tanto que mencionar.

Kenan juega con personajes menos estrambóticos, pero logra un equilibrio que Hooper no logró; le da a cada uno un peso específico, les da sus momentos, sus diálogos y sus propias historias. Hooper creó una cinta de culto. La versión de Kenan está perdida en una dimensión entre el remake que todos odian y el que todos aman. Sin embargo, es un oasis ante el desierto de desesperanza del género en la actualidad; lo que hay es lo que ves, y sí, tal vez con eso no basta, pero comienzan ya a perfilarse propuestas y promesas que auguran tiempos mejores. Por lo pronto, tenemos este Poltergeist, y el clásico, y la oportunidad de poder compararlos y sentirnos a años luz de distancia entre una tecnología y la otra. Respiremos de esta bocanada de aire fresco, y esperemos que nos quedemos sin aliento y que el próximo respiro no tarde demasiado.

Por Ali López (@al_lee1)

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