Otra mirada a ‘Trainspotting 2: La vida en el abismo’

En un momento de Trainspotting 2: La vida en el abismo (T2 Trainspotting, 2017), el icónico personaje interpretado por Ewan McGregor, Mark Renton, ingresa a su antiguo cuarto en la casa de sus papás (sí, aquel adornado con un tapiz de trenes), el cual ha quedado intacto por decisión de su ya fallecida madre. Un dejo de nostalgia pura se siente en el aire cuando Renton decide poner su vinilo de Iggy Pop, sin embargo, la legendaria introducción de “Lust for Life” es inmediatamente cortada por el otrora junkie. Parafraseando a Simon (el personaje de Jonny Lee Miller antes conocido como Sick Boy), ¿es Trainspotting 2: La vida en el abismo un mero tour nostálgico lleno de referencias a esos lugares y momentos que hicieron del segundo largometraje de Danny Boyle un verdadero clásico de los noventa?

Un rotundo sí como respuesta sería una lectura muy simple; a pesar de que se recrean escenas, se desempolva el soundtrack (aunque en versiones y de maneras diferentes) y hay bastante footage de la primera parte, Boyle y compañía logran darle un significado mayor, conscientes en todo momento de su decisión de continuar con la historia dos décadas después. Así, incluso juegan con los convencionalismos de las secuelas, aunado a que existe un trasfondo con elementos inquietantes que parecen extraídos más bien de una precuela, y una trama excitante que retoma las acciones y muestra las consecuencias luego de que Renton dejó a sus amigos en Londres, llevándose el botín entero de una exitosa transacción de drogas que, en perspectiva, fue única.

Por lo regular las secuelas que expanden una historia comienzan con una situación que rompe la cotidianidad de los protagonistas. Este caso no es la excepción, siendo el regreso de Renton a Escocia lo que arranca la trama; por coincidencia, o conveniencia del guionista John Hodge, Franco (antes conocido como Francis Bebgie e interpretado por el gran Robert Carlyle) logra escapar de prisión casi al mismo tiempo, tras haber estado encerrado todos estos años. Obviamente, hay varias cuentas pendientes entre este par, Simon y el venerado Spud (Ewen Bremner), lo que provoca que la venganza sea ahora el móvil central.

El peso que se le da a esa última parte de La vida en el abismo (Trainspotting, 1996) es grande, ya que de alguna forma –y en la mente de los principales afectados por la huida de Renton rumbo a Holanda– ganarse $4 mil libras hubiese cambiado mucho de su situación actual (Simon, por cierto, está inmiscuido en el mundo de la prostitución, la extorsión y la cocaína).

Al no tener como personajes a jóvenes adictos a la heroína, ciertamente está presente la inquietud sobre lo que han perdido con el inevitable paso del tiempo. En ese sentido, es Renton quien en principio representa la utopía del resto, alejado de las drogas y el crimen, y con todo eso que conlleva haber “escogido la vida” (familia, trabajo, hobbies) a partir del hurto de las $16 mil libras. Curiosamente, el propio Renton tiene a distancia un pensamiento algo similar sobre Spud, el único de la pandilla que recibió su parte del trato. Empero, Trainspotting 2: La vida en el abismo nos recuerda que, más allá de los momentos en los que nos podemos sentir en la cima, la vida jamás se detiene.

Cada uno de los protagonistas mira inevitablemente al pasado y cuando las realidades de todos se vuelven a “emparejar” en el presente –porque ni Renton ni mucho menos Spud lograron “huir” realmente– Boyle decide sumergirse de lleno en el mar de la nostalgia; el nuevo rol femenino es tomado por Veronika (Anjela Nedyalkova) una joven búlgara milenial, novia de Simon, quien en algún punto hace énfasis en lo nostálgicos que son los escoceses. No sólo eso, el filme también coquetea hasta caer en los brazos de uno de los convencionalismos por excelencia de las secuelas, que es replicar parte de la estructura dramática y los temas claves de la original; basta decir que hay un prometedor plan, crimen, una gran suma de dinero involucrada,  y un resentimiento que podría dirigir a los amigos otra vez a la traición. Al mismo tiempo, Trainspotting 2: La vida en el abismo expone el poder de los recuerdos (buenos o malos) hasta desprenderse por completo del sin fin de secuelas fallidas e innecesarias; regresar, por ejemplo, a un espectáculo violento de Begbie pudo quedar en un guiño con poco significado, pero aquí es vital para el momento dramático de la secuencia y el entendimiento de los adultos en cuestión (¿Spud es Irvine Welsh?).

Sí, eventualmente el resto del gozoso tema de Iggy Pop hará presencia, para ese entonces Trainspotting 2: La vida en el abismo habrá logrado crear sus propios momentos de goce puro (i.e. la bella y significativa secuencia que reúne a Mark con Spud, primero siendo equivalente a la riqueza visual de aquel momento que involucró al peor baño de Escocia, luego al asqueroso accidente de Spud en casa de su novia), y establecer su propia personalidad, dado que, para empezar, la visión del mundo de Renton y compañía ya no es ni de cerca la misma. ¿Qué se podía esperar después de 20 largas vueltas al Sol?

Por Eric Ortiz (@ElMachoBionico)

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