‘Ocho apellidos catalanes’: Estirando el chiste

Cuando se plantea hacer una secuela de una película cuya trama quedó prácticamente cerrada en la primera entrega , el gran reto de los guionistas es idear una historia en la que se pueda percibir una continuidad coherente y evitar que termine convirtiéndose en un remake de la primera parte con los mismos actores.

En el caso de Ocho apellidos catalanes nos encontramos ante una película que consciente de los aciertos de su anterior entrega, decide repetir la fórmula que tanto le funcionó y ofrecer más de lo mismo. Si bien esto no es necesariamente malo, el inconveniente del nuevo largometraje español recae en que abusa de los mismos recursos que le funcionaron en la primera parte y busca construir un argumento que en vez de ser original, termina por explorar los mimos rincones de su predecesora.

Claro que si en algo se destaca esta producción es en la habilidad de los guionistas para esconder tales defecto, porque incluso aunque el público note que no se está haciendo más que reiterar el chiste que parte como la base de toda la historia, el timming que maneja el libreto así como algunos gags sumamente graciosos y efectivos terminan por sumarle cierta calidad a la cinta, aunado a un reparto de actores con mucha química que saben contagiar el absurdo de la historia a la audiencia.

Nuevamente, se explota el humor regionalista de la diversidad cultural que compone un país como España y aunque algunos chistes seguramente serán más comprensibles para el público español, en general el guión contiene un humor accesible para cualquier espectador. El doble sentido es explotado de manera muy acertada en esta segunda entrega.

Desafortunadamente, aunque la película no deja de ser amena, no existe el factor sorpresa de la primera parte y se nota algo  gastado el argumento en ciertos momentos en que trata de provocar la carcajada a partir de contar el mismo chiste una y otra vez, pecando en asesinar la gracia del mismo dado que la primera vez que nos lo cuentan es divertido. Así mismo, en esta ocasión, los personajes caen más en la caricatura respecto a la primera parte, por lo que a la hora de los momentos serios es difícil sentir empatía por ellos.

Aunque la recta final se puede percibir cansina por la insistencia de querer seguir explotando una broma a la que ya se le ha sacado todo el jugo, el filme sabe cerrar con un gag final que hace justicia a toda la premisa tanto de la primera como segunda parte. Ocho apellidos catalanes podría funcionar como ese chiste  que aunque después de que nos lo contaron una vez ya no nos causa tanta gracia, sigue sacándonos la sonrisa si saben usarlo en el momento adecuado y aunque no todas las secuencias  son hilarantes, la película contiene diálogos sumamente ingeniosos que podrían servir de hasthag o de punto de partida para un nuevo meme.

Por Víctor López Velarde Santibáñez (@VictorVSant)