Nosotras: El amor como bálsamo y hogar

El deseo ha sido establecido tradicionalmente como un tabú en los relatos sobre adultos mayores. Pareciera que, con el paso de los años, poco a poco este aspecto se va desvaneciendo para dejar espacio sólo para otros roles y emociones más acorde a la edad. Cuando, además, la historia que presenciamos es la de una mujer, existe un grado extra de pudor: una mujer mayor tiene permitido, entonces, ser madre, abuela, esposa, amiga, consejera, siempre y cuando esto no implique que es un sujeto deseante ni deseado. Esta convención sutilmente irrefutable implica más de un problema: el campo de acción de la adulta mayor queda constreñido y con él también su capacidad de decisión, su agencia. La clausura simbólica del deseo es como una sentencia de muerte anticipada: se impone una fecha de caducidad arbitraria a un enorme pedazo de la vida y el goce.

Es en esta etapa de vida donde se sitúa la historia de Madeleine y Nina, dos mujeres septuagenarias que han mantenido un romance secreto por gran parte de sus vidas. Tras la muerte del esposo de Madeleine, ambas planean al fin vivir su relación de manera libre y disfrutar así sus últimos años juntas. Sin embargo, en esta búsqueda se enfrentan con obstáculos provocados no sólo por los prejuicios familiares, sino también por sus propios cuerpos, su edad y sus resistencias personales.

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Si resulta transgresor retratar una relación romántica de adultos mayores en donde el deseo no se presente como un elemento velado, que esta relación involucre a dos personas del mismo sexo innegablemente implica un reto extra. Uno de los grandes aciertos de Nosotras (Deux, Filippo Meneghetti, 2020) es precisamente su habilidad para evitar los lugares comunes y el sensacionalismo que han caracterizado a tantas historias de parejas homosexuales. Si bien el hecho de que ambas sean mujeres es parte clave del conflicto principal, la naturalidad con que las protagonistas se acompañan a lo largo del relato permite que su vínculo se presente de manera mucho más profunda, compleja y, por consecuencia, respetuosa.

A lo largo de la cinta, vemos los ojos —la mirada— de Madeleine de manera recurrente: mientras el mundo a su alrededor parece moverse a un ritmo que ya no coincide con el suyo, ella pugna por tomar sus propias decisiones, ejercer sus deseos y vivirse en plenitud. Si mirar y elegir qué mirar son ejercicios de poder y decisión, mirar al otro a los ojos es un encuentro de dos voluntades. Es a través de este encuentro que Madeleine y Nina logran construirse un hogar, un refugio donde logran desearse, vivirse y amarse en toda la vulnerabilidad y resistencia que ninguna fecha de caducidad les puede arrebatar.

Por Ana Laura Pérez Flores (@ay_ana_laura)