Nightstream | Deadline y la creación de los horrores

La situación en que se encuentra el protagonista de Deadline (1980), una de las restauraciones de Vinegar Syndrome incluidas en la programación de Nightsgtream, resultará empática para cualquiera con un una ineludible fecha límite sobre su trabajo. Steven Lessey es un popular guionista y cineasta, algún tiempo también se desempeñó como profesor universitario en estudios de cine. Ganó su fama gracias a las cruentas historias de horror que concibe y han quedado plasmadas en celuloide.

La primera vez que vemos a Steven (Stephen Young) se nos muestra una de sus macabras ideas en pantalla: una mujer que se ve sorprendida en la ducha por chorros de sangre, tan profusos que terminan por ahogarla. La presión para Steven es inmensa, su productor lo empuja diariamente para terminar (y subir la cuota de sangre y explotación en las escenas que plasma en papel), su esposa está cada día más distante y sus tres hijos resienten la falta de contacto diario con su padre, quien estalla en cólera con su mera cercanía. ¡Estoy trabajado!, grita una y otra vez Steven.

La tensión provoca no sólo mal humor en Steven, sus violentas imágenes mentales (unos niños queman a una anciana; unas monjas caníbales disfrutan de sangrienta homilía; una embarazada sufre en el quirófano, etc.) comienzan, poco a poco, a invadir su realidad hasta eclipsarla por completo. Steven sólo quiere conseguir el momento de terror perfecto, tanto que la repulsión que siente hacia su trabajo –lo considera como una bajeza, aunque defiende su calidad y posibilidades críticas en público– pueda ser ignorada.

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Como en Los ojos de Laura Mars (Eyes of Laura Mars, 1978), donde una famosa fotógrafa de modas es testigo de la manera en que sus violentas composiciones alimentan los impulsos de un asesino; o La mitad siniestra (The Dark Half, 1993), en la que un escritor que desea abandonar el género del terror y su alter ego despierta para acosarlo, Deadline cuestiona la complica relación entre el disfrute más básico de la violencia en pantalla y las posibilidades que ésta brinda para analizar/criticar problemas en nuestra sociedad.

La obsesión de Steven por elevar el nivel “artístico” de su trabajo lo lleva a perder contacto con la realidad, aislándolo de su familia con funestas consecuencias. Al ser absorbido por la ficción y sus banalidades –”no es momento de cambiar tu estilo, no mates la gallina de los huevos de oro”, le comenta socarronamente su productor–, el escritor ignora los pequeños terrores domésticos que se han enraizado en su hogar, estos sí muy reales y permanentes, a diferencia del milagro del celuloide –”hacemos basura y ella habla de sentimientos”, dice Steven en el set–.

Mario Azzopardi, director de la película, divide en un inicio la estética de las fantasías y la realidad, dotando a la primera de una imagen reminiscente de los giallos italianos –cercano a Lucio Fulci y derivados– o el primer David Cronenberg (Shivers, Rabid), plasmando un estilo más “clásico” y ominoso en la vida doméstica de Steven, similar a El intermediario del diablo (The Changeling, 1980). Ambos se difuminan conforme avanza la trama, hasta licuarse sin distinción alguna en las últimas secuencias.

Steven, como la protagonista de La daga en el corazón (Un couteau dans le coeur, 2018) con la que tiene más de una conexión, debe afrontar la manera en que su trabajo, y la explotación que hace en él de los deseos más primarios de su audiencia, termina por inundar su vida diaria, transformándola de manera permanente. Un final medianamente moralino, a diferencia del filme firmado por Yann Gonzalez, resta fuerza a los conceptos detrás de Deadline, sin embargo, la idea central se mantiene: no hay horror más profundo que la realidad. 

Por Rafael Paz (@pazespa)