Hay dos tipos de personas: las que dejan que la vida fluya y las que agarran el toro por los cuernos.
En Sweet Evil (2010) –ópera prima del director francés Olivier Coussemacq–, Celine (Anais Demoustier) es una adolescente que decide tomar justicia por su propia mano. Todo empieza cuando escapa del orfanato al que ha sido confinada y comienza a dormir escondida en el ático del juez Van Eyck (Pascal Greggory) y su esposa Nathalie (Ludmila Mikael). Cuando esta pareja altruista la descubre, se ve forzada –por su piedad, más que nada– a acogerla.
Nada sucede por casualidad. La joven encaja perfecto en la inmensa residencia del matrimonio: ambos son mayores, sin hijos y con la llama apagada en su relación.
Sweet Evil (dulce maldad) es la mejor definición del personaje principal del filme. Una chica que de forma maquiavélica consigue lo que quiere… aunque en el fondo tenga la mejor intención egoísta: sacar a su madre –condenada injustamente– de la cárcel.
Crea un plan minucioso en el que nada le puede salir mal. No obliga a nadie a hacer nada, pero se esfuerza por empujar puertas, y sabe cómo ser lo suficientemente insistente –y encantadora– para que los otros las abran. Provoca situaciones extremas que sacan a flote lo peor de los otros personajes. Parece que obran bien no por voluntad, sino porque nunca les habían puesto la tentación en charola de plata.
El escenario principal de este thriller psicológico es la enorme casa poblada por muñecas antiguas que la mujer del Juez repara. Para ella, su nueva habitante esunamás. La fotografía a cargo de Alexis Kavyrchineas busca escenas en penumbra que ocultan la verdad que sucede bajo la superficie.
Con todo y su interesante premisa, las sorpresas se caen pronto y la trama avanza de forma previsible. Las reacciones de los personajes ante las situaciones se van sintiendo forzadas, así como las formas de desenredar los conflictos.
Demoustier fue premiada en el festival de Karlovy Vary por su actuación en esta cinta. Quizá tenga que ver con que la chica representa, en su hipocresía, dos caras distintas del mismo personaje: por un lado, la encantadora y desprotegida huérfana que dice ser; y por el otro, la seductora y manipuladora que tiene cada movimiento friamente calculado.
Esta cinta plantea que en una sociedad donde la justicia está preestablecida y deja poco espacio para analizar los casos particulares, la mejor —o única— opción es obligar a los otros a verte. Dejar, como sea, de ser una estadística y convertirte en persona. Celine es de esas que, desde muy joven, sabe que la justicia no va a llegar por sí sola. Si ella no cuida de sí misma y de los suyos, nadie lo va a hacer.
Por Indira Cato
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