MUBI Presenta: ‘Navegante, una odisea en el tiempo’ de Vincent Ward

“Diríase que una facultad que nos pareciera inalienable,
la más segura entre las seguras, nos está siento retirada:
la facultad de intercambiar experiencias”

Benjamin, El narrador

Uno de los géneros más ninguneados a lo largo del devenir cinematográfico ha sido la ciencia ficción. Difícilmente nos sentamos en una sala sin el rostro escéptico cuando sabemos que veremos naves espaciales o viajes en el tiempo. A pesar de las grandes películas del género como La Jetée de Chris Marker (1962), 2001: Odisea del espacio de Stanley Kubrick (1968) o Matrix de los hermanos Wachowsky (1999), el sci-fi sigue siendo menospreciado y relegado. Navegante, una odisea en el tiempo (Vincent Ward, 1988) es un híbrido de construcción sólida. El segundo largometraje de Ward es una travesía del mundo medieval al mundo posmoderno. En el siglo XIV la humanidad sufrió la pandemia más devastadora en su historia. La muerte negra arrasó con Europa, Medio Oriente, Asia y el norte de África. El deficiente sistema de drenaje, las rutas comerciales, la expansión y conquista de los grandes reinos, las inundaciones y los precarios hábitos de higiene, propiciaron que la peste negra matara, sólo en Europa, un tercio de la población. Es en este contexto en el que el filme se sitúa. Se busca desesperadamente una cura, o al menos su evasión.

El principio de la película, con fotografía monocromática, nos muestra a Griffin (clara alusión a la criatura mitológica de origen asiático y posteriormente apropiado por la Europa occidental; el Grifo representa vigilancia y fortaleza) en medio de un lago (elemento conductor por excelencia –puerta, vía, canal–) en trance, imágenes inconexas a color pasan por su cabeza sin saber su significado. Griffin ha estado esperando a Connor, un aventurero que se ha ido de Cumbria por 36 días. El pueblo ha perdido la esperanza de que vuelva, pero éste regresa con el amanecer; sin embargo, vacío de respuestas. Los rumores dicen que es necesario un tributo (una cruz de cobre sobre la iglesia más alta del reino de dios) para que el pueblo no sea tocado por la muerte. El viaje comienza. Connor, Griffin, Serle, Ulf y Martin avanzan en la medida que Griffin contrasta sus visiones con el presente; sus recuerdos. A manera de la teoría de la reminiscencia en Platón, él no predice el futuro, él recuerda lo que ya vivió. Recuerda que hicieron una excavación, un túnel debajo de la tierra para llegar a la gran Iglesia antes de la siguiente luna llena. La muerte cruza el cielo tocando su trompeta, anunciando sus besos mortales. La ciudad que los espera saliendo del túnel es la Nueva Zelanda de los 80; para ellos, la ciudad de Dios, que es pura luz (para este momento, el presente los ha alcanzado: el filme narrará a color).

Su argumento es sencillo y elegante: si todo plano tiene dos caras, dos sentidos y ellos vienen del oscuro, del mal, éste debe ser entonces, el luminoso, el del bien. La modernidad les abre sus violentos brazos: autos, dinero, maquinaria pesada y la velocidad son los obstáculos de los navegantes. Un grupo de herreros divertidos con los peregrinos les ayuda a fundir el cobre necesario para la cruz y luego llevarla a la Iglesia de la ciudad. El grupo se divide. Connor se debate con un monstruo metálico que corre turbulentamente por unas vías, y después huirá de excavadoras y maquinaria pesada (Connor y el destino de Cumbira contra las grúas infernales). Griffin, Serle y Martin se enfrentan con un metálico Moby-Dick. Un recuerdo es fulminante; uno de los expedicionistas morirá cuando coloque la cruz. La tripulación logra juntarse de nuevo, al pie de la iglesia y en la escalera que lleva a la parte más alta. Está amaneciendo. Las campanas suenan. Los tiempos son simultáneos: el monocromático y el de la ciudad de la luz. Griffin, el niño que ha soñado su muerte, ha narrado la historia de la salvación. La tripulación  atenta al narrador que ha transmitido su experiencia. Experiencia en el sentido benjaminiano, como memoria consciente, como re-memoración, de contenido épico, inagotable y dispuesta a cualquier interpretación. Experiencia que se distingue de la vivencia, mero recuerdo superficial. La condición de la narración es que sea pre-moderna; para Benjamin esa facultad decayó a partir de la Gran Guerra, ¿y qué es la Gran Guerra sino la tecnología, la alienación en su forma grotesca? Creemos que Connor es un héroe, el que mantiene siempre la fuerza, el talante, la prudencia. Creíamos que el mejor de los mundos posibles era una realidad antes de la Primera Guerra Mundial. Creíamos que la tecnología era la respuesta. La historia de un cobarde y el de un sacrificio se ha contado. El Grifo permanece con la mirada atenta, extiende sus alas mientras se adentra en el mar.

Por Icnitl Contreras García (@Mariodelacerna)

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