Austriaco, radicado en Argentina, Lukas Valenta Rinner, director de Los decentes tiene un modo de exponer sus planos que nada le piden al cine griego de Yorgos Lanthimos o a las transiciones de Ulrich Seidl. Sin violentos movimientos de cámara, la mayor parte de la película está filmada en el evidente romance del director por los planos frontales y un sin número de planos fijos. Con un guion en tono directo, es decir, sus personajes están dibujados sin sombras, a manera de cristales que degradan sus hábitos por reacciones premeditadas. Por fortuna, el tono directo nunca elimina el grado de sorpresa o expectación que un observador necesita para mantenerse atento.
La película transcurre en un complejo de casas privadas en Buenos Aires cuando Belén es contratada para trabajar de sirvienta. Podríamos encontrar a los decentes ahí: un chico joven que entrena para ser tenista pero el talento no le aparece por ninguna parte; su madre, una mujer solitaria que tiene dinero pero un sarcasmo afilado se le atora en la garganta. Todos bien vestidos, supuestamente limpios y dando órdenes a Belén. En oposición a ese universo de casas pálidas y lujosas, muy cerca de ahí, habitan hombres y mujeres que explotan a la menor intención su animalidad. La protagonista, Belén, representada por la actriz Iride Mockert, sirvienta de 32 años descubre un nicho de nudistas, al otro lado del muro que se levanta y encarcela el complejo de casas acomodadas.
Las oposiciones son evidentes entre las clases sociales. Los decentes contra los indecentes, detrás de una de las bardas, entre jardines, vegetación, albercas y música: tribus desnudas. La relación entre ambos microcosmos es Belén. El sitio nudista es una jungla. Los habitantes jugarán a ser animales, a repensar el espacio cinematográfico en una teatralidad que no empobrece los signos del audiovisual, sino que los potencializa por el carácter fijo de la cámara y una narración que pierde coherencia argumental en los momentos de más inmersión del espacio natural.
Belén lleva la velocidad de las secuencias a través de sus gestos. Los planos tendrán la plasticidad adecuada para dejarnos mirar la película como si viéramos pinturas del Bosco sacados de algún museo.
Los clímax en la película conciernen a explosiones contenidas de una actitud que no siempre puede guardar las apariencias, tanto de las personas adineradas como de aquellos desnudistas que no alcanzan a simplificar sus movimientos en la gramática de una narración clásica. Por oposiciones, la película juega a deconstruir cuerpos en ambientes destinados al lujo material y al efecto del bloque de concreto sobre las emociones de los personajes. En Belén, se percibe el cambio que experimenta entre ambos microcosmos a partir del movimiento de su cuerpo y de las emociones que este le dicta.
Después de su primera película Parabellum (2015), esta segunda entrega de Lukas Valenta Rinner le valió el premio al mejor director en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata de 2016, además del premio a la mejor actriz revelación para Iride Mockert. Ambos galardones son signos indudables de un modo de filmar reconocido por la crítica consensuada, sin restarle mérito por eso, la película vuela con alas reconocibles y deja al espectador decidir entre dos universos que dialogan gracias a Belén y a un final casi inesperado.
Por Carlos Rgó (@Rgock)
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