Los tabúes nos persiguen y se impregnan en la conciencia colectiva. Hasta los considerados más de “avanzada” nos descubrimos de pronto víctimas de nuestros prejuicios.
La sexualidad de las mujeres es uno de los mejores ejemplos. El primer paso para intentar romperlos somos nosotras mismas, y qué mejor ejemplo que la reconocida directora francesa Agnès Varda, una de las más interesantes y prolíficas de todos los tiempos.
Le petit amour, filme de 1988, sigue siendo treinta años después un vivo reto social.
La historia se desarrolla poco después de la legendaria época del amor libre proclamado por los hippies y en un ambiente ya infestado por el sida y su paranoia.
Durante la fiesta de cumpleaños de su hija adolescente (Charlotte Gainsbourg), Mary-Jane (Jane Birkin) se enamora del enclenque Julien (Mathieu Demy), de 14 años, a quien en el primer encuentro ayuda a vomitar para bajarse la borrachera.
A partir de ahí las citas comienzan a provocarse, y poco a poco se intensifican. Suelen ser en cafés, donde el chico se sumerge en su maquinita para jugar Kung-Fu Master, y la mujer se hipnotiza viéndolo. Para Julien, el amor es un sencillo juego que termina al liberar a su amada. Mary-Jane es consciente de ello y lo asume. A una relación destinada al fracaso, no le queda más que disfrutar su momento.
Al estilo de Lolita (1962), de Stanley Kubrik, Le petit amour pone sobre la mesa el tema de la diferencia de edades. Sin embargo, al invertir los papeles –cuando la mujer es la mayor y el hombre el menor– la digestión se vuelve más pesada.
El verdadero reto de Varda en este filme — disponible solo con subtítulos al inglés— es mostrar una historia de amor legítimo, que va mucho más allá de la atracción física o de los intereses compartidos. Dos almas solas (¡muy solas!) que se quieren hacer compañía un ratito. Un par de incomprendidos en una isla solitaria, llorando y acariciando sus cabellos, pensando qué pasará cuando deban rendirle cuentas al mundo.
La cinta fue concebida y realizada en familia. De Jane Birkin surge la idea de la historia. Interpreta al personaje principal y aparece con sus dos hijas reales; mientras que Julien, el joven, es el hijo de Varda.
“¿Será que todas las mujeres se enamoran en algún momento de su vida de un chico, o sólo aquellas que no tienen hijos varones?”, se pregunta en un momento de reflexión la protagonista, lo cual hace pensar que quizá se trata de un caso más común de lo aparente.
Porque hoy, en pleno siglo XXI, la sociedad hace a las mujeres avergonzarnos de nuestra sexualidad. Aunque esté ahí, latente, exigente y ejercida, nos han enseñado a ocultarla.
Por Indira Cato
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