Las grandes transiciones artísticas en la historia de la humanidad han estado caracterizadas por el cisma total, la ruptura de tradiciones y la creación de nuevos estilos que habrán de consolidarse, llegar a su esplendor, convertirse en una nueva tradición y morir demolida por el tiempo. El cineasta catalán Albert Serra, dueño de un estilo crudo, elegante y sobrio para filmar, retoma en su último filme dos figuras míticas de diferentes tradiciones literarias, por un lado la figura de Drácula y por el otro a Casanova, el arquetipo veneciano clásico del amante y conquistador de mujeres.
El revisionismo al que es afecto Serra ya había sido expuesto en filmes como Cavalheria do Honor (2006) en la que desmenuza con parsimonia la figura de Don Quijote o los Tres Sabios de Oriente (los Reyes Magos, pues) en la sobriamente sofisticada Le chant des ocels (2008). En ambos trabajos, Serra lleva las figuras a un extremo de austeridad narrativa y minimalismo visual a través de un prodigioso uso de la imagen digital. La tradición continua en La historia de mi muerte en la que un finamente logrado texturizado envuelve a Casanova (Vicenç Altaió) quién se regodea en su decadencia hasta toparse en la oscuridad con Dracula (Eliseu Huertas), creando una suerte de dialogo entre ambas figuras, ávidos devoradores de mujeres.
La historia presenta a Casanova durante sus últimos días de vida en un pletórico chateau francés, donde su mundo de frivolidad y roída opulencia, así como su racionalismo ilustrado se desmoronan ante la presencia de Drácula, una figura de violento romanticismo y enigmático esoterismo. El filme de Serra no es lineal ni narrativamente “comprensible”, construyéndose de manera impresionista, enfatizado en el uso de luz natural y de velas así como un afortunado diseño de producción, decantándose por un abordaje más sugerente que abiertamente referencial en el manejo de sus temas centrales (Racionalismo contra Romanticismo).
Así como el gran cineasta italiano Roberto Rosellini (La prise de pouvoir par Louis XIV, 1966) en la última etapa de su carrera y aderezado por un vacuo hartazgo similar al que exudan los parcos maniquíes de Andy Warhol (Chelsea Girls, 1966), Serra fetichiza la historia a través de sus tradiciones usando como recursos centrales el estilo y la forma, y denota la técnica de un racionalista ilustrado y la sensibilidad de un sombrío romántico.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)
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