MUBI Presenta: ‘La caza’ de Thomas Vinterberg

La ternura que evoca la imagen del niño resume la contundencia de la costumbre. Adoctrinados a entender como síntesis de la inocencia y la virtud a una persona pequeña, frágil, con una vaga consciencia de la realidad, los adultos nos acostumbramos a la idea errónea de la pureza infantil. “No creo que los niños mientan” es una frase que, en distintas palabras, recurre a lo largo de La caza (Jagten, 2012), de Thomas Vinterberg, como un leitmotiv que afirma lo “común” para eludir las revelaciones de lo inédito. Si es increíble, es mentira. Cuando la pequeña Klara (Annika Wedderkopp) se enamora de su maestro del kínder, Lucas (Mads Mikkelsen), él la rechaza y, en respuesta, ella asegura haber visto su pene, aunque no fue así; la comunidad reacciona con la credulidad que derriba sociedades enteras, entregadas a las voces dictatoriales que las atraen al abismo. Sería obvio pensar que el tema principal de la cinta es la sexualidad infantil que, ignorada por la comunidad donde se desarrolla la historia, arruina a un hombre. Sin embargo, es la obediencia a la costumbre la que obstruye la penetración intelectual en las raíces de lo humano para comprender los hechos. La caza dibuja, más que una precaución sobre el desaire a los niños, un retrato sobre la fuente del odio y la persecución en una Europa que ya olvidó a sus dictadores.

Para expresar su punto, Vinterberg no ahonda en sus temas pero les da una claridad que permite a su filme trascender la fantasía paranoica. Desinteresado en el método hitchcockiano, en el que el hombre equivocado lucha por probar su inocencia hasta que, para consuelo del personaje, el director y la audiencia, lo logra, Vinterberg expone toda la causalidad, de forma que el misterio no es cómo se redimirá el personaje ante el mundo, sino si lo logrará en absoluto. La técnica del cineasta danés se aboca a compartir una experiencia de una emoción tan intensa –eludiendo siempre la exageración–, que revela en el público la empatía negada a Lucas. Si para Alfred Hitchcock la verdad es un hecho inapelable demostrado con evidencias, para Vinterberg es un forcejeo por convencer al otro y obtener algo más que el perdón: la reivindicación. A Lucas se le concede la exoneración judicial, pero la costumbre impide abandonar el hecho en el pasado. La tradición es recurrencia de lo incomprendido y, para los pueblerinos de La caza, es una insistencia en la credibilidad incuestionable de la niña.

Las escenas más emocionantes de la película nos muestran a Klara negando el incidente, aceptando que lo que dijo son “tonterías” mientras sus padres la intentan convencer de lo contrario. La niña es tan víctima como Lucas de una creencia irracional en que el pasado no miente aun si fue fabricado. “Pasó de verdad”, le dice Agnes (Anne Louise Hassing) a su pequeña, de la misma forma en que la comunidad termina convenciendo a todo el salón de clases de que Lucas abusó de ellos. La imaginación de los niños es manipulada hasta el punto en que recuerdan un sótano donde él los tocó, aunque Lucas no tiene uno. El puritanismo del pueblo es un reflejo del relativismo extremo que amenaza los fundamentos de la razón en nuestra era, cuando la opinión es hecho, y la verdad, no sólo alcanzable, sino multiforme: cada quien tiene una y es definitiva. Vinterberg critica este aspecto en la cinta con una sutileza que no requiere explorar el tema, sino mostrarlo en su guerra contra el individuo. Lucas ni siquiera es un disidente del pueblo; es un buen ciudadano y un excelente samaritano que ofrece llevar a Klara a la escuela cuando la ve fuera de su casa porque no tolera los pleitos de sus padres, y aun así es castigado por la comunidad.

Ante un mundo tan irracional, en su conclusión Vinterberg cuestiona la posibilidad del perdón, pues lo considera, aunque posible, improbable. La cacería de la cual Lucas es presa no cede ni ante el tiempo: en la aterradora escena final, la furia prevalece sobre el consenso. Vinterberg nos describe el engranaje del terror en su sentido sociopolítico y su enraizamiento, en la vida moderna, anclada aún en los principios de la persecución. La Inquisición y el macartismo no renacen en nuestros días porque no murieron; se originaron con el hombre y desaparecerán con él.

Por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

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