MUBI presenta: ‘Europa’ de Lars von Trier

La provocación de Lars von Trier siempre ha derivado de la impotencia y la idea de traición. Para Von Trier, el mundo es una tentación y un engaño, una promesa incumplida de comunión que se merece una riposte irrefrenable, una venganza. La masacre al final de Dogville (2003), el holocausto global en que culmina Melancolía (Melancholia, 2011) o el asesinato en defensa propia que cierra Ninfomanía (Nymphomaniac, 2013) son ejemplos de una imaginación acostumbrada a la reacción draconiana, esa que, si estimulada con un piquete, responde con un puñetazo. Al sometimiento lo responde con un genocidio. Sin embargo, antes de sus proyectos más irracionales existió Europa (1991), donde de principio a fin Von Trier inquietó al continente apenas liberado de la separación y el politburó con una brillante crítica de su pasado. Cuando Europa quería mirar al futuro, el agent provocateur Von Trier le volteó la cara hacia las raíces de su modernidad con un examen invaluable que lo consolidaría como uno de los grandes talentos cinematográficos y lo ubicaría intelectualmente por encima de sus evidentes influencias en el filme: Carol Reed, Rainer Werner Fassbinder y Liliana Cavani.

Mientras que en Reed la crítica fue casi incidental; excesivamente local y hermética, en el caso de Fassbinder, y confusa aunque alborotadora en el de Cavani, Europa es una suma de sus influencias y un triunfo. El pesimismo de Von Trier nunca interrumpe las ideas y su desesperación individual suma en su voz distorsionada el grito de todo un continente. Von Trier pareciera seguir el consejo del tío de Leopold Kessler (Jean-Marc Barr), su protagonista: “Humildad, nunca olvides la humildad”. Más adelante en su filmografía, Von Trier se desharía de la humildad y caería en la justificación de sus principios melancólicos, pero en Europa la obra es más valorada que el personaje público. El análisis de la posguerra posee una agudeza poco característica en el Von Trier posterior. Ni los individuos ni las colectividades padecen en Europa el maniqueísmo que lleva a Grace (Nicole Kidman) a masacrar a los habitantes de Dogville. Entre los judíos hay sionistas, pero también ciudadanos alemanes contentos con su nacionalidad. Los alemanes se dividen entre los colaboradores de la restauración y los “Hombres Lobo”, una organización partisana que Katharina Hartmann (Barbara Sukowa) comprende por haber sido parte de ellos. Animales de noche, gente hambrienta y desilusionada de día, su asociación con la bestia describe una ferocidad trágica.

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Leo interactúa con los demás personajes como el americano confundido y esperanzado en el cambio que es. Sus primeros encuentros con la posguerra alemana roen sus ilusiones como a las de un Príncipe Mishkin posmoderno; un idiota en busca del progreso. Su inocencia, que los demás deforman en una herramienta política, lo lleva a la explosión de su corazón que, como granada, se lleva a unos cuantos consigo, aunque de manera involuntaria, infausta. La persecución típica de Von Trier encuentra en Leo y su entorno un tema tan complementario como verdadero en el cual incrustarse. El hambre, la asolación y el dolor borran la inexperiencia, pero a la inocencia la torturan y la incineran. El narrador (Max von Sydow), un hipnotista, describe las acciones de Leo, pero en realidad le habla a la audiencia europea; la guía en un viaje hacia una geografía mental del dolor, hacia el trauma, y le arroja una condena: nunca podrá abandonarlo.

Los recuerdos son la esencia del discurso y la estética de Europa. Verla es evocar El tercer hombre (The Third Man, 1949), la Trilogía BRD (1979-1982) y El portero de noche (1974) y amalgamarlas en un intento artificioso por encontrar el sentido de los años que todas ellas representan, sobre todo en la relación de Europa con una nueva enfermedad: la ocupación estadounidense. Para Von Trier, el invasor aliado en Alemania es una imagen indistinta del opresor nazi en París o en Roma. La provocación hace no una revisión, sino una revelación que no debería ser tal: durante la guerra, todos los invasores son crueles. Von Trier destapa los pecados de la “Más Grande Generación”. Steven Spielberg, años más tarde, justificaría la intervención estadounidense en Europa con La lista de Schindler (Schindler’s List, 1993) y Rescatando al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998), y aunque mostraría la crueldad de los héroes en algunas escenas atroces, no atacaría a las autoridades militares como lo hizo antes Von Trier. Para el danés, como para Stanley Kubrick, a los buenos los inventa la historia. El Coronel Harris (Eddie Constantine) representa en esta realidad mnemónica, grotesca, la apatía de la aristocracia militar. Sus enemigos, los Hombres Lobo, son iguales. Personajes y signos, los grupos e individuos cargan una significación parecida a la del sueño. Europa es, más exactamente, una pesadilla nihilista. En el territorio devastado que representa, la respiración se deprecia y los valores se devalúan, se hacen nada. Los distintos grupos que aparecen en la cinta buscan el control para encontrar en la imposición una salida del abominable sueño que acaba de terminar.

Von Trier, sin embargo, no muestra el despertar. Su filme entero es un acto de sonambulismo en un paisaje de edificios destripados que no ofrece consuelo alguno. Pesimista cuanto parezca, la visión de Von Trier ha resultado cierta. Apenas hace dos años, Jan Ole Gerster aún proponía un despertar del pasado en Oh Boy (2012). Europa, y en particular Alemania, estarán encadenadas a l recuerdo de la desilusión mientras exista la generación que la vivió. Con Europa, Von Trier creó una lúcida regresión de una impecable cualidad visionaria a la locura.

Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

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