La semilla siempre tiene una naturaleza ambigua, el fruto que habrá de dar resulta un oscuro misterio que sólo la paciencia puede esclarecer, sea un sano y robusto roble o una baya letalmente venenosa. El avance es tan imperceptible que es imposible dar un juicio antes de ver concluido el trabajo del tiempo. En el sobriamente elegante trabajo del cineasta austríaco Michael Haneke, El listón blanco (Das Weisse Band, 2009) se hace patente el avance de un cruel fantasma que habría de devorar la cultura mundial y permearse, aun a la fecha, en nuestros días: la “maldad”.
En los calurosos días de julio de 1913, en un pequeño poblado alemán comienzan a suscitarse macabros y flagrantes actos de crueldad que irrumpen en el cotidiano de los pobladores, y cuya autoría, se sugiere, proviene de un grupo de niños, liderados por el hijo del párroco local. Haneke, uno de los cineastas contemporáneos más consumados se alzó con la anhelada Palma de Oro en el 2009, de manos de su querida Isabelle Huppert con esta seca y pujante parábola de la maldad, el control, la disciplina y el trabajo. Estos últimos, pilares de la cultura germana que Haneke ha diseccionado impíamente en gran parte de su carrera.
Das Weisse Band es un filme de un formalismo rígido pero fluidamente matizado, engañosamente monotonal que se erige como un silente grito contra el extremismo, en este caso en particular del protestantismo alemán. Con una crispida fotografía cargo de Christian Berger, el blanco y negro son utilizados con inteligencia por Haneke para develar el ambiente punitivo y cerrado donde se germina, metafóricamente, la destrucción nacida de la restricción y el fundamentalismo religioso como raíz de nuestro noción de la “maldad”. Una irrevocable especulación ética que usa listones blancos como símbolos ambivalentes de pureza y crueldad.
El filme causó revuelo durante su corrida festival y comercial durante el 2009, el tiempo ha sido benévolo con el trabajo de Haneke, permitiendo cimentarse y mantenerse vigente gracias a su fría austeridad y su seca inteligencia, aunque el glamour de los premios banalice ante ciertos sectores el poder de su crípticamente simple mensaje: la maldad se crea cuando el hombre es quien interpreta a Dios. Simple verdad que no puede ocultarse, ni siquiera con un prístino listón blanco
Por JJ Negrete (@jjnegretec)
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