Las playas y costas mexicanas representan en su mayoría una visión edénica, tierras que viven sometidas a la explotación turística pero dentro de las cuales se pueden hallar localidades que conservan una visión del mundo anclada en la armonía y no sobre el control. Es esta visión armónica la que muchos personajes de los filmes de cineastas mexicanos de renombre como Pedro González Rubio o el francés radicado en México Matías Meyer persiguen al alejarse de un entorno urbano para embarcarse en dulce naufragio como Julien, el comediante francés que desembarca en Chacahua en El calambre (2009), opera prima filme del ya mencionado Meyer.
Después de haber explorado derroteros formales en la línea del argentino Lisandro Alonso en su mediometraje Wadley (2008), el cineasta egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica nos presenta una comunidad de pescadores en Chacahua, ubicada en el Estado de Oaxaca a través de la llegada de un comedien francés, Julien Cottereau, afecto a la pantomima que busca encontrar sentido a su soledad.
El calambre al que hace alusión el título del filme parece evocar el estado de entumecimiento existencial de Julien, fastidiado del ejercicio metafórico de nadar y nadar en turbulentas aguas de una vida carente de dirección hasta que encuentra en Pablo, un pescador que se convierte en un valioso aliado para entender su lugar en el mundo. Las escenas de la convivencia entre Pablo y Julien son compuestas y filmadas por Mayer con calidez y genuina naturalidad en el intercambio de fotografías y anécdotas familiares.
Asimismo, Meyer presenta una puesta en escena que utiliza de manera hábil el espacio como un recurso más que meramente estético, se convierta en uno narrativo que al tiempo que empeora la condición de angustia de Julien, retome su cualidad etérea gracias al encuentro con Pablo. Cuando cerca del final del filme, Julien ofrece un espectáculo de mímica a un nutrido grupo de asistentes de la localidad de Chacahua, la gracia de sus movimientos cuerpo y la expresividad de sus gestos exponen la liberación de su alma, el calambre había ya desaparecido.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)
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