‘Mirai’ y la mirada de la infancia

Como parte de su naturaleza, el instinto del ser humano se manifiesta a través de conductas que buscan salvaguardar los vínculos afectivos entablados con personas de su entorno, en particular, la familia. La llegada de un nuevo integrante conlleva a que, en muchas ocasiones, un primogénito sienta celos, llevando hacia una actitud conformada por miedo e intranquilidad.

Con Mirai (Mirai no Mirai, 2018), el realizador Mamoru Hosoda retrata una introspección infantil centrada en la aceptación de un nuevo integrante de una familia. Kun, un niño de cuatro años que ha gozado de gran consentimiento por parte de sus padres, experimenta un importante cambio con el nacimiento de Mirai. Al no contar con la atención a la que estaba acostumbrado, siente celos hacia su hermana menor, tratándola de forma inapropiada. La situación comienza a cambiar cuando la versión adolescente de Mirai viaja en el tiempo para encontrarse con Kun, provocando experiencias que reforzarán su relación.  

Hosoda construye un relato que, si bien es sumamente ligero, recurre a la mezcla de la dificultad del entorno de la realidad con la esperanza del entorno fantástico que caracteriza a su filmografía, representada bajo la perspectiva de las artes marciales en El Niño y la bestia (Bakemono no Ko, 2015), los viajes en La chica que saltaba a través del tiempo (Toki o Kakeru Shojo, 2006) o la sobrenaturalidad en Wolf Children (2012).

El relato, iniciado con el hogar en el que reside únicamente los padres de Kun, intercala la evolución tanto del inicio de su vida en pareja como su incursión como primerizos padres, siendo la propia casa el testigo de los acontecimientos de la familia, su estructura arquitectónica fungiendo como reflejo de la bifurcación entre realidad e imaginación, con su evolución captada con panorámicas cenitales que darán paso a la presencia del árbol del jardín.  Hosoda lo utiliza como el punto de unión entre ambos entornos y como el inicio de transformación para Kun, séase para aprender a superar el miedo y la dificultad en montar una bicicleta con la revisión a la vida de su bisabuelo o a comprender a su madre e insistencia por ordenar los juguetes tras conocerla como niña, significando una conciliación con el árbol genealógico.

La animación pronuncia su paralelismo, luciendo por momentos estática en las vivencias en el mundo real que pronuncian el descontento y recelo por la pérdida del centro de atención, adquiriendo versatilidad en el precepto fantástico de los viajes hacia el pasado y el futuro para atestiguar las vivencias de los integrantes principales de su familia, con elementos importantes como la presencia de la estación de tren y sus vías férreas. La instalación refleja el estado emocional de Kun, pasando a convertirse en una catarsis que lo obliga a enfrentar con madurez los cambios en su vida, siendo la presencia de la adolescente Mirai la que guía a la reconciliación con los padres y la aceptación existencial de su propia hermana.

Contemplativa y didáctica, Mirai tiene un ritmo un poco lento, pero es un sutil repaso a la infancia, la familia y el proceso de madurar, con pizcas psicológicas que muestran, sin caer en recursos moralistas, los vínculos con hermanos y la transición al cariño y complicidad.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)

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