‘Miedo profundo’: Mordidas de suspenso

Una de las fantasías más recurrentes en el imaginario cinematográfico ha sido aquella en la que el humano –carente de cualquier recurso más que su cruda pericia y nata habilidad– es capaz de enfrentarse a la vastedad y ferocidad que el mundo puede arrojar. De desiertos a nevadas montañas, el mismísimo espacio o de manera más recurrente el mar y sus cristalinas bestias. Desde que Steven Spielberg sentó un innegable precedente para el blockbuster con su Tiburón (1975), las convenciones de este tipo de cintas se transformaron hasta llegar a la abstracción formal de Miedo profundo (The Shallows, 2016), del cineasta español radicado en Hollywood, Jaume Collet-Serra (Non Stop, 2014).

En Miedo profundo, Collet-Serra nos presenta a la joven Nancy (Blake Lively, más tostada que una saladita), tejana de playa –sí, eso existe– y estudiante trunca de medicina, que llega a una prístina bahía mexicana en la que su difunta madre surfeó hace varios años y cuya memoria viene la joven gringa a honrar. Sin embargo no cuenta es con la presencia de un temiblemente abrumador tiburón que parece tener un especial apetito por nuestra bella protagonista.

Tal como en Non-Stop, Collet-Serra juega con los dispositivos tecnológicos para dotar su filme de cierta interactividad e hiperconectividad. Poniendo en pantalla los intercambios vía texting, los face time y aderezar el soundtrack con alarmas y ringtones, así como el uso de cámaras digitales cuya crudeza contrasta agudamente con la estilización de varios cuadros del filme. Notablemente aquel en el que Nancy, después de una embestida por parte del tiburón, parece ahogarse en su propia sangre.

Pero más allá de sus gadgets formales, Miedo profundo resulta mejor como una eficiente pieza de entretenimiento que se mueve de una fina tensión a la Hitchcock (Los pájaros, 1963) llegando hasta el más descarado camp (Shark, 1976; Sharknado, 2013) que como una loa al ingenio y la supervivencia humana. Collet-Serra, inconsistente como de costumbre, explota situaciones que rayan en lo francamente ridículo sin dejar de lado un sentido de riesgo que permite que el suspenso creado sea efectivo.

Y  a pesar de sus poco balance y flirteo con el absurdo, Collet-Serra entrega uno de sus mejores filmes apoyado en su indudable capacidad visual, su destilado lenguaje cinematográfico y su característico brío narrativo. Tan contundente, furtivo y bruto como la mordida de un feroz y hambriento tiburón o el graznido de una aguerrida gaviota, cuyo nombre es Seagull, Steven Seagull.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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