‘Mi amigo el dragón’: El duelo feroz

El sentimiento de pérdida es difícil de expresar, incluso para un adulto con una amplía gama verbal. A medida que más palabras tenemos para hablar de sentimientos, más incapaces nos volvemos de reconocerlos. En Mi amigo el dragón, el cineasta David Lowery (Ain’t Them Bodies Saints, 2013) retoma una vieja propiedad de la casa Disney, la película homónima de 1977, para crear un vívido y poderoso retrato de la nobleza bestial que implica el duelo infantil.

Después de un aparatoso accidente en el que sus padres fallecen, el pequeño Pete se interna en el bosque encontrando refugio con un enorme dragón que, al primer contacto con el niño, reverdece de manera mágica. Se crea así un profundo vínculo entre ambos, a la manera de Miyazaki en Mi amigo Totoro (1988). Años después, Pete (Oakes Fegley), ahora una especie de neo enfant sauvage (Truffaut, 1970), es hallado por una joven guardabosques (Bryce Dallas Howard) que, involuntariamente y en su afán de ayudar al niño, pone en riesgo la existencia de su mítico amigo.

Lowery, que había demostrado una mano tan cruda como gentil para retratar el mundo infantil en su opera prima St. Nick (2009) y una firma distintiva en su fresco tejano a la Malick (Ain’t Them Bodies Saints protagonizada por Casey Affleck y Rooney Mara), modifica sustancialmente la cinta original de Disney para crear una obra profundamente personal y genuina en el marco operativo del estudio más poderoso de la industria fílmica. Desde su poderosa secuencia inicial, tan dura como tierna, se establece un tono melancólico que permea todo el filme, algo verdaderamente insólito en un mundo que busca proteger incansablemente al niño de cualquier tipo de dolor emocional, ofreciendo fantasías vulgarizadas (La vida secreta de tus mascotas, 2016).

Además de contar con tenues tonos áureos en la fotografía de Bojan Bazelli (The Lone Ranger, 2014), el filme se apoya en la vivida creación digital del dragón Elliot y en un sólido ensamble actoral en el que destacan la presencia de la joven Oona Lawrence y la cálidamente venerable presencia del enorme Robert Redford, como Meacham: la única persona del pueblo que había visto al dragón, poco después de la muerte de su esposa.

Melanie Klein, reconocida psicoanalista infantil, decía sobre el duelo infantil que el objeto amado perdido puede ser conservado internamente y que una experiencia dolorosa estimula una sublimación creativa. Elliot, el protagonista de Mi amigo el dragón, es a la vez ese objeto internalizado y esa sublimación maníaco-depresiva, invisible a voluntad, gentil y noble con quien lo entiende y feroz con quien lo somete, así el duelo.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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