‘Megalodón’ y la mordida inofensiva

El cine, en ocasiones, nos hace proposiciones ridículas que aceptamos por diversión o por el simple placer de pasar un rato. Muertos regresan a la vida, aliens deciden apoderarse de la tierra, un san bernardo vuelve loca a una familia, un científico encuentra la manera de encoger a su familia, otro viaja al pasado de su futuro presente o algo así. El trato es sencillo porque está ausente de pretensión. Nadie se sienta esperando encontrar el reflejo más perfecto de su alma o una profunda exploración de la existencia.

Megalodón (The Meg, 2018) desde su concepción nos propone eso: diversión y nada más. No podría ser de otra forma si el protagonista es un tiburón prehistórico de unos 30 metros que debe vencer a Jason Statham (quizás el actor con más potencial para una “reinvención” cortesía de Paul Thomas Anderson). Porque, vamos, es obvio que, con ese six pack, el tiburón no tiene ninguna posibilidad.

Un grupo de científicos en la costa de China descubre que el piso marino es en realidad más profundo de lo que habían pensado, una ligera capa de gases mantiene cerrado el océano, nuestros mares, de un mundo lleno de vida perteneciente a una era distante del planeta. Un accidente en la fosa apenas explorada forza al equipo a llamar al único hombre que ha realizado un rescate marino a dicha profundidad, Jonas Taylor (Statham), quien hace unos años fue desacreditado por afirmar que algo gigante lo había atacado durante otra operación de rescate. Sin embargo, las maniobras provocan una ruptura en el delicado ecosistema y una fuerza prehistórica sale de su encierro para saborear los “manjares” de nuestro tiempo.

Las influencias del director Jon Turteltaub y su grupo de guionistas (Dean Georgaris, Jon Hoeber y Erich Hoeber) son obvias, sobre todo, porque no parece estar muy interesado en meter la punta del pie fuera del canon establecido de tiburones. Ahí están los guiños al clásico de Steven Spielberg, Tiburón (Jaws, 1975), o a Alerta en lo profundo (Deep Blue Sea, 1999) calcados con poca inspiración, a diferencia de, por ejemplo, lo hecho por Jaume Collet-Serra (El pasajero, Desconocido) en Miedo profundo (The Shallows, 2016) donde, si bien, no se transformaba lo previamente establecido o se habrían nuevas veredas de exploración, sí se presentaba la historia como un gran juego visual de supervivencia, con colores saturados y situaciones ridículas dignas del mejor serie b.

Megalodón no tiene la misma suerte porque, en general, el producto carece de atrevimiento. Es obvio que la inversión china y la intención de mantener la película con una clasificación apta para todo público constriñen sus alcances. En un relato sobre un tiburón prehistórico de buen apetito, la sangre brilla por su ausencia, y los one liners cargados de groserías, característicos de las actuaciones de Statham, quedan en meras insinuaciones.

Este tiburón de dientes afilados necesitaba libertad, rienda suelta para sus deseos asesinos, en cambio, no pudo salir de la pecera.

Por Rafael Paz (@pazespa)

    Related Posts

    De Niro acompañará a Michael Douglas en ‘Last Vegas’