Malcolm & Marie: La relación tóxica entre cine y la crítica

Una de las pocas películas filmadas bajo un estricto protocolo de sanitización durante la pandemia COVID-19 llegó a Netflix: Malcolm & Marie (2021), dirigida y escrita por Sam Levinson –aplaudido por su serie Euphoria (2019)– , cuenta con las actuaciones de John David Washington y Zendaya. Su campaña de publicidad espera que, junto con Mank (2020), de David Fincher, y The Trial of the Chicago 7 (2020), de Aaron Sorkin, sea una de las contendientes en la próxima temporada de premios.

La relación entre un director de cine y su novia es puesta a prueba cuando regresan a casa tras el estreno de la película del primero y esperan las reacciones de los críticos. Toda la acción sucede dentro de una lujosa mansión, los quiebres emocionales se mueven entre habitaciones. El desarrollo recuerda las recientes deconstrucciones de relaciones retratadas en Historia de un matrimonio (A Marriage Story, Noah Baumbach, 2019) o Triste San Valentín (Blue Valentine, Derek Cianfrance, 2010) o a la crudeza escénica de John Cassavetes (Husbands, Faces) o Escenas de un matrimonio (Scener ur ett äktenskap, 1974), de Ingmar Bergman.

Malcolm & Marie es ambiciosa, pretende ser algo que no puede ser. Cae en lo “artificial” del cinéma vérité porque su ojo no es invisible o sutil como sus referencias. Se percibe el nepotismo de Sam Levinson, quien parece estar más preocupado por hablar de sí mismo que en darle vida a sus personajes, quienes sólo funcionan como mecanismo de un discurso auto-reflexivo. Hemos visto esto anteriormente con más estilo y “autenticidad”, palabra que mencionan tanto los protagonistas porque aquí solamente tenemos un intento de imitar las películas mencionadas anteriormente.

A diferencia de la drogadicta adolescente interpretada por Zendaya en Euphoria–quien tiene que lidiar con su familia y amigos para no autosabotearse–. aquí los personajes no están tan bien elaborados. Levinson sabe del potencial de Zendaya: aquí es una mujer destruida por la adición; mientras que Washington interpreta a un director de cine viviendo la noche de su vida y aunque se ha acostado con otras mujeres, ese carisma visto en El infiltrado del KKKlan (BlacKkKlansman, 2019) y Tenet (2020) –con la que comparte el poco desarrollo de los personajes– hace que nos interesemos un poco.

Conocerlos es como manejar por una larga avenida, no hay interés del director por explorar las otras calles, el paseo se vuelve aburrido. No conoceremos el pasado y futuro de los personajes, están vacíos como sus gritos. No sabemos nada profundo de Marie, ni mucho menos de Malcolm, porque sólo fueron creados para desahogar temas bastante personales para su director. Es difícil sentir interés por lo que está pasando.

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La dirección de Levinson brilla cuando pone la cámara en los rostros de los personajes, reflejando el dolor, la angustia y la tristeza sentida, después de sus largos diálogos lo exhaustos que están uno del otro. Se siente todo el tiempo. Es ahí donde está el corazón de la película: ver a estos actores recitar sus monólogos –aunque tengan una gran diferencia de edad– hace convincente la ruptura de su relación. En una escena, un cuchillo es utilizado por culpa de la rabia en la discusión, el silencio es incómodo, los gritos se detienen, solo la mirada fija de los actores construye la tensión y atrapa porque se desbordan actoralmente.

El ejercicio se vuelve tedioso y pretencioso cuando Sam Levinson (un hombre blanco) intenta hablar a través de sus personajes (ambos afroamericanos) sobre racismo, el cine y sus privilegios. Estos diálogos llenos de egolatría no pertenecen a una discusión, sólo son palabras provenientes de la amargura. La película es una serie infinita de monólogos que no aterrizan en ningún lado. Él despotrica sobre los defectos de ella, y luego ella busca destrozarlo. Cuando se calman de pronto comienza otro tema filosófico o artístico, y sus gritos no añaden complejidad.

Un buen ejemplo es cuando discuten sobre la primera crítica de la película recién estrenada. Levinson se ensaña con una mala reseña que tuvo del LA Times con motivo del estreno de Assassination Nation (2018). Siempre habrá una fricción entre cineastas y críticos, sin embargo es incómodo que un director blanco utilice la boca de un actor negro para lanzar declaraciones llenas de odio y resentimiento, aderezado con máximas sobre el racismo y la mirada política de muchos críticos en Estados Unidos. Malcolm & Marie es similar a escuchar a un adolescente quejarse de que a los adultos no les gusta su “obra de arte”. Son gritos y pataleos. Sam Levinson parece conocer sólo dos directores negros (Spike Lee & Barry Jenkins), a quienes se refiere sólo de manera intelectual. Sus comentarios tienen el tono del resentimiento por cine que, quizá, Levinson no tiene la capacidad de hacer. Probablemente Jenkins podría realizar una mejor versión de Malcolm & Marie, pero Levinson no podría hacer Luz de luna (Moonlight, 2016) .

Malcolm se queja de los críticos que desconocen a William Wyler mientras que el director de fotografía, Marcell Rév, filma en 35 mm, en blanco y negro con un estilo conscientemente retro, algo bastante irónico. El granulado en la imagen recuerda a las películas románticas de Hollywood filmadas entre los 40 o 50, la atención al detalle en ciertos emplazamientos y encuadres es lo mejor del trabajo visual. Sin embargo, los personajes carecen de interés, termina por parecer un comercial de Calvin Klein. El estilo es repetitivo, el alto contraste no funciona porque no añade nada a los personajes. Es una estética que aplasta la sustancia.

Sí, la fotografía es muy bonita. Sí, la acompañan actores atractivos y una mezcla de jazz deliciosa de escuchar. No obstante, nada de esta “belleza audiovisual” salva los gritos de Sam Levinson. “Una película no necesita un mensaje, tiene que venir del corazón”, le discute Malcolm a Marie. Las palabras de Levinson son sabias: es cierto, el cine no necesita forzosamente tener un mensaje sociopolítico, puede venir del alma del director y mover las fibras del espectador. En este caso, son los gritos de un realizador frustrado con la relativa incomprensión de su arte. Cassavetes decía que las películas eran más que fotografía, necesitaban emoción para atrapar al espectador. Justo lo que falta en Malcolm & Marie.

Por Alex Guax (@Alex_Guax)

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