Macabro | De tripas, corazón… y otras partes demembradas: culto al cine gore

Los temas tocados por el cine de terror se deben definir, ya de entrada, como una apología de la violencia, la cual siempre ha estado presente de modo tácito dentro del género. Este es un tipo de cine en el cual sus creadores han procurado desde sus inicios mostrar la crueldad en todas sus formas, reflejando de una u otra manera los temores y las oscuras fantasías de la mente humana. No obstante, para el caso que nos ocupa, la diferencia que hace una variante del cine de terror como lo es el gore con respecto a los temas y la violencia habituales de aquel, radica en el modo, la crudeza y el alarmante detalle (para algunos) con que dicha violencia se manifiesta en estas producciones.

Enfermo reflejo de la sociedad en que vivimos… deleite para espectadores con mierda en el cerebro… son muchos los calificativos usados por parte de la critica “seria” como por algunos sectores del público para denostar a esta corriente cinematográfica. Quizá razones no les faltan para ello, ya que, en la mayoría de los casos, lo que tiende a ser la principal preocupación de los cineastas avocados a este “subgénero” no suele ser otra cosa que impresionar al cinéfílo promedio con escenas de lo más dantescas, sangrientas y nauseabundas a la mano, en lugar de narrar una historia con la mínima coherencia indispensable. Otra característica recurrente en este tipo de producciones es la terca costumbre por transformar (o mejor dicho, deformar) una idea novedosa en una franquicia, cuya única virtud termina siendo resaltar los -a veces- escasos aciertos del original. A pesar de todo, se trata de un género que sigue demostrando su continua (y creciente) rentabilidad.

  • Un poco de historia

Los vocablos en inglés gore y splatter implican un chinguero de sangre en cantidades generosas, acompañada de dosis masivas de violencia gráfica. En las películas inscritas dentro de esta corriente, como ya se dejó entrever, lo importante pareciese ser mostrar en las pantallas el mayor número de torturas, asesinatos, mutilaciones, desmembramientos, decapitaciones y litros y litros de sangre salpicando todo lo que se deje en primerísimo plano. Por supuesto, este tipo de recursos no siempre se limita a esto, y si bien muchas películas nos muestran borbotones de sangre como su principal gancho comercial (y las más de las veces, como su único atractivo), otras han usado el gore como vehículo de expresión artística e incluso hasta de crítica social, por lo que el calor de la sangre no resulta exclusivo de un género como el terror, sino que es muy frecuente apreciar este tipo de imágenes tanto en filmes policiacos como de ciencia ficción, cine negro, y hasta en tono de negrísima comedia.  

Para entender de manera más o menos somera cómo se origina esta tendencia, es obligatorio remontarse a mediados de los años 40, específicamente a Norteamérica. Las grandes compañías cinematográficas como Warner Bros, RKO, MGM y demás habían formado lo que se conoce como el “Studio System”, con el que estos cabrones monopolizaban todo lo relacionado con la industria del cine: producción, promoción, distribución y exhibición. Obviamente, estos grandes estudios procuraban no dejar siquiera unas migajas para el resto de las pequeñas casas productoras independientes. En 1949, la Suprema Corte declaró que las majors estaban incurriendo en prácticas monopólicas con este sistema, y les forzó a renunciar al control de los cines.  

Eso llevó a las grandes productoras a cambiar su estrategia, y, en un afán de darle en la madre a las minúsculas competidoras, se centraron en elaborar costosas películas llenas de “grandes temas”, estrellas consagradas y cuantiosos valores de producción, abandonando con ello el mercado de las llamadas producciones de serie B. Esto permitió a las productoras independientes cubrir aquel jugoso mercado. Todo esto se vio beneficiado, además, por la apertura y cierto reconocimiento a la libertad de expresión mostrado en las películas, que la misma Suprema Corte ratificó en 1952. Se comenzaron a dejar de lado fuertes censuras, empezaron a tratarse tímida pero paulatinamente ciertos temas otrora considerados tabú, implicando con ello el inicio de los llamados nudies, films cuyo atractivo era la ostentosa muestra de culos femeninos, siendo un ejemplo destacado The Immoral Mr. Teas (1959), dirigido por Russ Meyer, que recaudó la entonces nada despreciable cifra de un millón de dólares. Sin embargo, pronto la sucesión de filmes soft porno terminó por aburrir al montón de calientes espectadores, quienes dejaron de saturar las salas, por lo que las productoras comenzaron a buscar novedosos modos de atraer a las audiencias. Herschell Gordon Lewis, quien inició su carrera con aquellas cintas eróticas de bajo presupuesto, encontró en el gore su mercado ideal; si bien fue Alfred Hitchcock el responsable de destapar la caja de Pandora con su magistral Psicosis (1960), Herschell Gordon Lewis, con Blood Feast (1963), puede considerarse el iniciador en forma del género. Tras el éxito, el sanguinario esteta no tardó en repetir la experiencia con 2000 Maniacos (1964), The Gore Gore Girls y Color Me Blood Red (1965).

  • El gore social  

Al igual que lo ocurrido con el cachondo género anterior, el novedoso gusto por el gore (o splatter, como se les dé su gana llamarle) se agotó, consumido por la saturación de títulos. Es el momento en que una nueva camada de cineastas tomó a un nivel razonable al gore, no tanto como un fin, sino como un medio, valiéndose ya fuera del terror, la parodia o la crítica subliminal; tal es el caso de George A. Romero y su chingonería de 1968, La noche de los muertos vivientes  (que, en el trasfondo, se puede ver como una dantesca alegoría sobre la paranoia estadounidense anticomunista), donde el gore tiene una presencia más implícita, contando con algunas de las escenas claves del género, o el caso de Tobe Hooper, quien filmó en 1974 la entonces muy polémica The Texas Chainsaw Massacre, (inspirándose, como Hitchcock, en el caso real del multihomicida Ed Gein), en la que, mediante la historia de un grupo de adolescentes que son brutalmente masacrados por una familia de caníbales, Hooper elaboró –de manera involuntaria, por cierto– una granguiñolesca reflexión sobre el lado enfermizo y oculto del American Way of Life.  

En ese sentido, tanto La noche de los muertos vivientes como The Texas Chainsaw Massacre suponen un giro radical del cine gore. Por principio de cuentas, su éxito llama la atención de las grandes compañías, quienes comienzan a percibir el sustancioso potencial económico de éste, avocándose de manera lenta pero progresiva a incluir un uso más notorio (y obvio, más sofisticado que en las producciones pequeñas) de la sangre en los mega blockbusters, aunado a lo evidente que resultaba la difícil situación de la industria hollywoodense, que al parejo del entorno sociopolítico de Estados Unidos, transitaban de la mano por complicados derroteros: el doloroso presente caracterizado por la crisis económica, el clima de intransigente ideología racista/ultraderechista y la intervención militar estadounidense en Vietnam -donde, gracias a los medios de comunicación, era posible atestiguar por vez primera los continuos bombardeos masivos y los horrores de una guerra absurda e inadmisible- terminaron por modificar la visión que tenía de sí misma la sociedad norteamericana, trastocando su chovinista percepción social en un cinismo exacerbado (que no desconfianza) respecto a las instituciones, sus figuras históricas cruciales y, de paso, hacia los equívocos manejos de líderes de la nación contemporáneos, lo que se tradujo en un radical posicionamiento pesimista planteado en la práctica totalidad de los argumentos de las películas (fuesen de terror o no), los cuales, lejos de la visión romántica, épica y enaltecedora de años anteriores, mostraban un reflejo de pretenciosa veracidad del ámbito de agitación política y social que aquejaba al país de las barras y las estrellas, con historias protagonizadas por personajes de una precaria estabilidad anímica, moviéndose en un entorno motivado por el ambiguo posicionamiento moral de los involucrados. 

  • Sangue ed omicidio sono benvenuti

No podemos dejar de mencionar a Italia, país en donde el género (conocido localmente como Il Giallo) fue prolífico y supuso la antesala de otra serie de títulos que, a modo de “respuesta”, buscaban explotar el éxito de las producciones norteamericanas con imitaciones de bajo coste y alto contenido sangriento. Los muertos vivientes, las sectas satánicas, los asesinos seriales y los caníbales fueron el tema estrella, y Lucio Fulci, Lamberto Bava, Bruno Mattei y Ruggero Deodato los directores más representativos junto a Dario Argento, aunque los trabajos de éste último generalmente se cuezan aparte y disten en calidad y temática (de un modo más sofisticado, claro) de los anteriores. Cuando, a finales de los 70, la sangre artificial estaba ya demasiado gastada dentro del cine italiano, se pretendió dar el siguiente paso: sangre y muertes verídicas, lo que implicó el nacimiento de un género (afortunadamente efímero) como el Mondo, cuyo objetivo era alimentar el morbo de las audiencias, mostrando impactantes sucesos reales del modo más distorsionado y sensacionalista posible. Si bien la formula gozó de cierto éxito, pronto fue evidente que muchos de estos shockumentales, en su mayoría no eran otra cosa que meras recreaciones en un estudio, lo que de ningún modo desanimó a estos güeyes en su meta de lograr una simulación lo más grotesca posible. Los títulos más destacados fueron Mondo Cane (Paolo Cavara, Gualtiero Jacopetti y Franco Prosperi, 1962) Snuff (1974) de Michael y Roberta Findlay, y la explotación antropófaga, representada por las repulsivas Jungle Holocaust (1976)  y Cannibal Holocaust (1980), ambas de aquel enfermazo llamado Ruggero Deodato.

  • Sangre para paladares exigentes

Pronto surge una tendencia más excéntrica, que algunos denominan como gore de autor (por lo general, este dudoso término se refiere a los sanguinarios pininos de futuros realizadores consagrados), la cual fue inaugurada por el artista plástico Andy Warhol y su colaborador Paul Morrissey con las delirantes Sangre para Drácula y Carne para Frankenstein (las cuales cuentan con la presencia imprescindible del enorme Udo Kier), ambas de 1973. Mientras, al amparo del rojizo brillo de los cuchillos, otros directores iban surgiendo, como Abel Ferrara, con El Asesino del taladro (1979); el gran David Lynch debutó con la pesadillesca e inclasificable Eraserhead (1977); Brian De Palma contribuyó con su sanguinario sentido del terror y el suspenso con Carrie (1978), y Vestida para matar (1979), mientras otros cineastas de prestigio comenzaban a incluir chorros de sangre de manera progresiva en sus trabajos.    

Entre los años 70 e inicios de los 80, otros largometrajes sanguinolentos a destacar Made in Hollywood eran el híbrido de terror y ciencia ficción, como Alien: el octavo pasajero (1979), de ese consumado esteta visual pero irregular realizador que es Ridley Scott (la famosísima escena del “parto” es una de las más grotescas de que se tenga memoria); la mejor adaptación hecha de una novela de Stephen King en El resplandor (1980), de la mano del formidable Stanley Kubrick; la esquizofrénica y genial Posesión (1981), del notable realizador polaco Andrzej Zulawski –la memorable secuencia en la estación subterránea es sin duda una de las más perturbadoras de toda su filmografía–; ese estimable homenaje al cine de terror clásico llamado An American Werewolf in London (1982), del carismático John Landis (a pesar de las décadas transcurridas desde su rodaje, la monstruosa transformación de David Naughton nunca ha podido ser superada en la historia del cine licantrópico), a la par de talentos del gore que alcanzaron la cúspide en esos años, como el maestrazo canadiense David Cronenberg con el terror orgánico/visceral de They Came From Within (1975), la hilarante Rabid (1977), The Brood (1979), Scanners (1981) -donde Michael Ironside hizo historia al hacerle estallar la cabeza a Louis Del Grande-, Videodrome (1983), y su genial remake de The Fly (1986) –la cual, además de ser  una declaración de principios por parte de Cronenberg, cuenta con uno de los finales más aterradoramente conmovedores de la historia del cine–, entre un admirable etcétera. Si algún día el realizador irá a regresar por sus fueros a este tipo de cine –mezcla de afrodisiaco, sangre, enfermedad venérea– dificíl tarea es asegurarlo; bástenos por el momento saber que el terror se encuentra dentro de nosotros mismos.

Próximamente, la segunda parte…

Por Venimos, los jodimos y nos fuimos (@venimosjodimos)