Una chica llega una fiesta con la esperanza de ver entrar a la mujer de sus sueños. En lugar de eso termina acostándose con un desconocido con funestas consecuencias de salubridad, en un clásico movimiento de “te lavaste la cara y el mono no”. Así, con esa historia sencilla, y común en cualquier centro de salud, arranca Contracted (2013) de Eric England (Roadside, Madison County).
La cinta de England comparte principios temáticos con trabajos como Halley (2012), Thanatomorphose (2012) o La mosca (The Fly, 1986) y la “nueva carne” de David Croneneberg. Son películas centradas en la descomposición del cuerpo, en observar cómo se pudre sin la posibilidad de parar el proceso. Es un retrato que busca causar cuestionamientos; ya lo decía mi compañero Ricardo Pineda en su texto sobre Halley –¡Venceremos! Sebastián Hofmann y el miedo al cuerpo–: “Todos vamos a morir, de alguna manera u otra; sin embargo, ¿qué pasa cuando ese proceso se acelera de forma desmedida? ¿Sería mejor morir de un tirón? ¿Hasta qué punto cambiamos nuestra forma de actuar en el mundo cuando nos sabemos desahuciados? ¿Nuestra presencia física es en verdad una existencia?”.
Para Samantha (Najarra Townsend), su enfermedad es más un reflejo del atribulado estado mental en que se encuentra, su descomposición no es política o filosófica, sino emocional. Metida en una relación donde sólo ella parece estar interesada, metida en casa de su católica madre por problemas económicos y acechada por una fuerte adicción a las drogas apenas superada.
Por eso resultan interesantes las decisiones que toma England respecto a su personaje principal, de cierto tufo moralino. Después de todo, la pesadilla de Samantha comienza por tener sexo sin protección en una fiesta; incluso la cara del afortunado sujeto es mostrada siempre fuera de foco. Intentar sentirse querida por medio de un acostón es el detonante de su castigo –aunque se insinúa que su bebida pudo estar adulterada–, dando a la película un aire de video para prevención de enfermedades filtrado por una mirada que se regodea en la descomposición del cuerpo.
Son esas escenas donde la carne, las uñas y el pelo de Samantha se caen o su vagina expulsa gusanos, que la película encuentra sus mejores momentos visuales. Sin embargo, no pasan de ser un golpe a la mirada; forma sin fondo. Cuando el personaje termina por revelar la última etapa de su enfermedad, queda claro que England sólo tenía en mente complacer a los fanáticos del género, no trascenderlo.
Por Rafael Paz (@pazespa)