Macabro | Cabrito y el (t)error de la repetición

El primer largometraje de Luciano de Azevedo es una compilación de tres cortometrajes que esbozan las relaciones corrompidas de un hombre con sus vínculos familiares. El primer capítulo narra los conflictos con el padre y cómo la familia incurre en el canibalismo; el segundo expone la relación con la madre y una artista pervertida de su religión y, por último, el secuestro de Rosalita, su primer amor, y la manera en que vuelca toda su violencia hacia ella.

Pareciera que Cabrito (2019) bebe de un espíritu punk, de las ganas de crear con las propias herramientas y el propio imaginario; se puede sentir el olor a sudor, a guitarras desafinadas y al ímpetu por querer crear. Cabrito ya la hemos visto en Freaks (Tod Browning, 1932), La masacre de Texas (Tobe Hooper, 1974), Holocausto caníbal (Ruggero Deodato, 1980), Mal gusto (Peter Jackson, 1987), u Hostal (Eli Roth, 2005), la tradición de la que se nutre es vasta y De Azevedo es un gran entusiasta del género; sus notas al pie son un collage de la propia formación. Cabrito busca exponer la perversión de los vínculos más entrañables a través de homenajes inherentes a la forma en la que entiende la plástica y narrativa.

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Considero que construcciones como Cabrito nos permiten cuestionarnos acerca del género, de la dirección, del guión y de la misma crítica cinematográfica, porque nos remonta a las preguntas fundamentales: ¿Qué es el terror?, ¿la construcción de una atmósfera en la que la suciedad y la sangre abundan? Midsommar (Ari Aster, 2019) podría ser el contraejemplo con el cual desmantelar esta hipótesis. ¿Lugares comunes donde el asco y el maltrato provengan de la deformidad y decanten en la violencia? La secuencia de la pelea de Pepe “El Toro contra “El tuerto” en Ustedes los ricos (Ismael Rodríguez, 1948) podría ser un gran contrapunto. ¿Hacer mofa de la religión como institución y las prácticas espirituales? Monty Phyton and the Holy Grail (Terry Gilliam, 1975) y El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962) llevan esos cuestionamientos a lugares muchísimo más profundos y transgresores. ¿Máscaras de payaso? La mascota de Greendale (Community) es mucho más perturbadora. ¿La pobreza como origen y motor de la maldad? El tufo neoliberal que se respira en Cabrito coquetea con tesis similares expuestas en Los miserables (Ladj Ly, 2019) o Cafarnaúm (Nadine Labaki, 2018). Encontramos estos sentimientos de asco, repudio, enojo, terror y venganza en muchos otros sitios, sin embargo Cabrito más que abusar de lugares comunes, la misma construcción es un lugar común.

El trabajo de Luciano de Azevedo aborda problemáticas y violencias ancestrales: el incesto, la humillación, la necrofilia, el canibalismo y la religión, vinculados al origen de las construcciones individuales: el intento de poner en el núcleo de la discusión la violencia de las relaciones verticales en la institución más importante de la sociedad, termina por diluirse asumiendo que la maldad es propia de la pobreza y el hambre. Las actuaciones de Samir Hauaji y Fernanda Thurann son falibles pero su compromiso es total con lo exigido por Luciano de Azevedo, que junto con Francisco Franco y Otavio Pupo, logran composiciones de gran acierto que por momentos rebasan la narración.

El drama, el chantaje y las figuras religiosas son parte de una plástica y un discurso inscritos en el género de terror; sin embargo, donde considero que radica ese sentimiento, es ahí donde en verdad hay que odiar a los propios personajes en su imaginario de pobreza y mendicidad para exponerlos así, desde la verticalidad, desde la humillación y desde los lugares comunes, donde hemos visto la misma película tantas veces, que parece cineminuto de festival de cine de terror.

Por Icnitl Ytzamat-ul Contreras García (@mariodelacerna)

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